La crisis económica con la dureza de los recortes y
fracturas sociales ha traído una no menor crisis política en el régimen
constitucional de la transición, que diseñado para un bipartidismo con mayorías
absolutas o minorías apoyadas, tiene que evolucionar a una mayor fragmentación
de las fuerzas políticas, que en el momento presente no otorgan la mayoría
absoluta a ninguno de los actores en liza, sino que inciden en la necesidad de
un pacto entre varias opciones políticas que conformen una mayoría estable de
gobierno.
Sin
embargo, ni el sistema ni los líderes políticos estaban preparados para estos
nuevos tiempos de obligadas componendas, pues acostumbrados a gobernar con
mayorías absolutas de repetición –que neutralizaban anulando la acción de
cualquier oposición política, desvirtuando parte de los controles
institucionales que han propiciado una generalizada corrupción- ahora se niegan
a tener que ceder parte de sus postulados para consensuar un acuerdo de
gobierno con sus rivales políticos.
Y como
si se tratara de una liga de futbol se sigue hablando de “ganadores y
perdedores” electorales (cuando no sólo no se trata de eso, sino de la
necesidad de entenderse democráticamente en función de la representación
obtenida). De forma que así resulta sumamente complicado articular una
coalición gubernamental e incluso un simple acuerdo de investidura, pues no hay
cultura del pacto (que se abandonó cuando concluyó el proceso constitucional de
la transición política que hizo posible el nuevo régimen democrático).
Tal
falta de talante democrático se ha puesto de relieve por la mayoría de los
principales líderes políticos, desde el que pretende pasar desde la desconsideración
del rival (de cuando disfrutaba de sus mayorías absolutas) a que estos le
faciliten la investidura sin más, a los que de inicio establecen infranqueables
“líneas rojas” (cerrándose imprudentemente ámbitos de negociación posible,
salvo que no se deseara acuerdo alguno), a situaciones de encorsetamiento
forzado por el propio partido que cuestiona la capacidad negociadora de su
hipotético líder. ¡Realmente kafkiano…!.
Así
las cosas, transcurridos más de dos meses desde los comicios, seguimos en una
monótona discusión escasamente edificante que nos va a abocar a nuevos comicios
(que las encuestas no muestran muy clarificadores en cuanto a un posible
desbloqueo de la situación actual).
A todo
esto, seguimos con la fuerte crisis territorial abierta por Cataluña, que ha
iniciado el camino hacia un incierto proceso independentista sin que desde el
Estado español se hagan más que asertos
de firmeza españolista, tras lo cual, cada cual a lo suyo…
Y por
si todo esto fuera poco, los acreedores de la ingente deuda pública española
(indecentemente incrementada por el monumental “pufo bancario” –que aunque se
nos aseguró que nunca pagaría el Estado, esto ha sido parte de ese gran engaño
político-), reivindican estabilidad amenazando con un posible resurgimiento de
la crisis económica española si no se sigue cumpliendo el plan de ruta que
asegure sus puntuales cobros de la deuda.
Consecuentemente,
parecería que lo responsable sería la formación de un gobierno de consenso,
como solución de Estado ante la doble crisis española (económica y política)
para salvar la coyuntura y disponer al país a realizar las reformas necesarias
para superar ambas crisis. Lo cual, habría de llevar a los principales líderes
políticos a pactar un acuerdo de mínimos para la investidura de un gobierno
cuanto antes.
Si
bien hasta el momento, sólo tenemos el exiguo resultado de un pacto PSOE-C´s,
que sólo satisface posiciones centristas, pues ni la derecha (PP) ni la
izquierda (PODEMOS e IU) se sienten llamados a unirse a ese pacto, cuando de lo
que se trata no es de buscar coincidencias programáticas sino un mínimo común
denominador programático que avalara un tránsito gubernamental a corto o medio
plazo, que pudiera dar una clara respuesta a los dos grandes retos (secesión
catalana y crisis económica). No hacerlo ahondaría la doble crisis, dando pie a
oportunismos irresponsables y desleales nunca ausentes de las crisis del Estado,
amen que sería aplazar la situación varios meses, pues no se atisban cambios
electorales sustanciales.
Tal
cosa no exime a los tradicionales pilares del bipartidismo español (PP y PSOE)
a que hagan su propia catarsis interna (pues afectados de casos de corrupción,
aunque de diverso modo) han propiciado con su complicidades mutuas la
apreciación ciudadana de una clamorosa inoperancia que han traído de las urnas
nuevos actores (PODEMOS y CIUDADANOS) como novedades alternativas desde la
izquierda y derecha, respectivamente, de sus viejos representantes, cuyos
modelos políticos, sociales y económicos caen a diestra y siniestra de diverso
modo poco conciliables, en circunstancias ordinarias. Si bien en situaciones
extraordinarias, el bien común demanda una respuesta de consenso en aquello que
lo urge, para seguidamente demandar de la ciudadanía los apoyos a proyectos
claros que mantengan su fidelidad al votante, como no se ha hecho habitualmente
con anterioridad.
Parecería
obvio que de no hacerse así las urnas penalizarían tales actitudes, aunque eso
sea mucho aventurar en un país en el que tras numerosos casos de corrupción
afectando al partido gubernamental, siga obteniendo el mayor apoyo electoral de
entre todos los actores. Algo digno de un profundo análisis, que a lo mejor
hace bueno el dicho aquel de que “¡España
es diferente…!”.