domingo, 22 de mayo de 2016

LA ESTELADA PROTAGONISTA DE LA FINAL DE COPA

           

         
             Las últimas ediciones de la final del torneo de la copa del Rey de fútbol viene poniendo como objeto principal el problema político secesionista catalán, dada la concurrencia en esta del FC Barcelona, que también ha sido asumido dentro del simbologismo catalanista como uno de los bastiones de identidad nacional triunfante.
            Ya se sabe que el deporte –especialmente si es de masas, o precisamente por eso mismo- suele ser arteramente utilizado por los actores políticos destacados de cada sociedad, así en la época de la dictadura franquista –algunas de estas celebraciones fueron utilizadas como signo identitario grupal y modo de encauzamiento de las emociones colectivas, con sus secundarios efectos enajenadores de una realidad no tan triunfante para esos mismos actores políticos que tratan de desviar la atención de las masas hacia un simbolismo que manipulado oportunamente acaba desbordando una irracionalidad masiva hacia una identidad victimista y cegadora de esa realidad que si se considerara con serenidad podría llevar a que la masa pasara a asumir con madurez un conveniente estatus de ciudadanía desde el que defender sus periclitados derechos sociales. Cambiando de ese modo el eje dialéctico de la política entre izquierdas y derechas (progresismo y conservadurismo) por un nuevo eje dialéctico (Estado frente a soberanismo autonómico-independentista).
            De esa forma el cambio de eje de la dialéctica política también cambia la agenda política, pues lo central ya no son tanto los derechos sociales (empleo, vivienda, educación, sanidad, dependencia, etc.), el reparto justo de la renta, la igualdad social, sino cuestiones como la soberanía de territorios regionales como “mesianismo político” con el que se le promete al pueblo que tras una difícil “travesía del desierto” lograrán una supuesta “libertad” en la  nueva “tierra de promisión”, algo realmente increíble en un mundo globalizado con nuestra pertenencia a varias sociedades internacionales (ONU, OTAN, UE, etc.), de las que de forma previsible, inicialmente se caería el hipotético Estado independiente. Todo ello, en vez de defender la realidad de los derechos de ciudadanía y de los derechos sociales pretendidos por esa ciudadanía para hacer realidad un Estado Social de Derecho, que con la crisis económica se ha deteriorado.
            Por consiguiente, en tales planteamientos de emotividad colectiva, sociedades como la catalana se ha dividido internamente de forma dramática, donde casi la mitad de la población ha asumido un “credo político nacionalista” que prioriza el territorio a la persona, los valores étnicos-lingüísticos y culturales prevalecen sobre derechos de ciudadanía constitucional, cuestionando el factor identitario hispano (pese a los concluyentes datos históricos, jurídico-constitucionales, etc.). Y lo mismo que en la antigüedad, ese fenómeno nacionalista identitario se ha llevado al mundo deportivo, con especial interés de la utilización de su gran equipo de fútbol al que tratan de imaginar e erigir simbólicamente triunfante en el contexto del Estado, y nada mejor para ello que la oportunidad escenográfica que facilita este acontecimiento deportivo cuyo trofeo lleva el nombre del mismo Jefe del Estado, para hacer una descarga emocional pública de tipo reivindicativo nacionalista. Cuestión, que aunque racionalmente tenga escasa explicación, desde el punto de vista emocional sí se explica, como también políticamente se percibe la estrategia.
            Sin embargo, sabido lo anterior, no parece muy acertado empezar por prohibir el uso de la bandera secesionista catalana (estelada) como lo hizo la Delegación del Gobierno en Madrid, pues además de la debilidad de la defensa jurídico-constitucional de tal prohibición, políticamente era de suponer que dicha prohibición generara efectos de boomerang al enfatizar el irredento victimismo catalanista incrementando el nivel de protesta entre estos y cierto grado de incomprensión por la prohibición por los auténticos demócratas, que al final acaban por rectificar la inicial determinación, con los perniciosos efectos que ello tiene en toda la población.
            Medidas como esa prohibición supone entrar en la fácil provocación, para terminar por rectificarlas y nuevamente oxigenar al catalanismo en su trazado guión rupturista con el Estado, ante lo que este tendría que generar políticas que –sin confrontación, ni entrar en la provocación- diseñaran unas políticas que defendieran el hecho nacional español frente al nacionalismo secesionista de forma más eficaz y democrática, subrayando los valores hispanos (sin menospreciar los autóctonos) que combinan con los territoriales en un proyecto común de Estado, para lo cual habría de buscarse un pacto de Estado entre los partidos mayoritarios que defendieran este planteamiento que fortalezca la idea del proyecto común de España (con sus políticas de integración, de seguridad exterior e interior, que no estén sujetas al “mercadeo del reparto del poder”, sino al interés común de España), junto a ello una labor de permanente diálogo con la ciudadanía de todo el Estado para ir fijando el rumbo de esas políticas de Estado. Si eso se realizara de ese modo por parte del gobierno del Estado y de los partidos más representativos del mismo, el lamentable espectáculo de la “protesta político-futbolera” con las esteladas al viento ante la máxima institución del Estado (con ser un grave síntoma político de fragmentación interna) no dejaría de ser una triste anécdota.
            Sin embargo, si nos fijamos en los antecedentes de nuestra historia reciente, cabría poca esperanza en albergar un cambio de rumbo en la política española donde todo ha girado en torno a una inicial confrontación que ha ido claudicando según la necesidad de apoyo del partido de turno (PP, PSOE) para formar gobierno en Madrid, y donde el propio PSOE tiene su particular problema interno de identidad política con su socio el PSC, que le ha llevado por derroteros de sutil ambigüedad en según qué momentos, que ahora se ve abocado a hacer una tardía propuesta federalista que requeriría la reforma constitucional un inadecuado momento de inestabilidad política en España como se ha demostrado en la imposibilidad de formar gobierno, lo que nos aboca a unas nuevas elecciones de incierto resultado, con una mayoría de izquierda neocomunista que defiende el referéndum de independencia catalanista.
            Lo dicho, lo de la estelada (aunque sea el síntoma de la disfuncionalidad política de nuestro Estado) no deja de ser una anécdota en el incierto horizonte político español actual. Donde, por cierto, la cuestión de la “crisis económica” sigue pendiente de resolver. Y si no atentos a la sanción de Bruselas…., y al dato indiscutible de que la deuda pública ha superado al PIB.

             ¡Mal, mal, ……., muy mal…!.

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