Las últimas ediciones de la final
del torneo de la copa del Rey de fútbol viene poniendo como objeto principal el
problema político secesionista catalán, dada la concurrencia en esta del FC
Barcelona, que también ha sido asumido dentro del simbologismo catalanista como
uno de los bastiones de identidad nacional triunfante.
Ya se sabe que el deporte –especialmente
si es de masas, o precisamente por eso mismo- suele ser arteramente utilizado
por los actores políticos destacados de cada sociedad, así en la época de la
dictadura franquista –algunas de estas celebraciones fueron utilizadas como
signo identitario grupal y modo de encauzamiento de las emociones colectivas,
con sus secundarios efectos enajenadores de una realidad no tan triunfante para
esos mismos actores políticos que tratan de desviar la atención de las masas
hacia un simbolismo que manipulado oportunamente acaba desbordando una
irracionalidad masiva hacia una identidad victimista y cegadora de esa realidad
que si se considerara con serenidad podría llevar a que la masa pasara a asumir
con madurez un conveniente estatus de ciudadanía desde el que defender sus
periclitados derechos sociales. Cambiando de ese modo el eje dialéctico de la
política entre izquierdas y derechas (progresismo y conservadurismo) por un
nuevo eje dialéctico (Estado frente a soberanismo autonómico-independentista).
De esa forma el cambio de eje de la
dialéctica política también cambia la agenda política, pues lo central ya no
son tanto los derechos sociales (empleo, vivienda, educación, sanidad,
dependencia, etc.), el reparto justo de la renta, la igualdad social, sino
cuestiones como la soberanía de territorios regionales como “mesianismo
político” con el que se le promete al pueblo que tras una difícil “travesía del
desierto” lograrán una supuesta “libertad” en la nueva “tierra de promisión”, algo realmente
increíble en un mundo globalizado con nuestra pertenencia a varias sociedades
internacionales (ONU, OTAN, UE, etc.), de las que de forma previsible,
inicialmente se caería el hipotético Estado independiente. Todo ello, en vez de
defender la realidad de los derechos de ciudadanía y de los derechos sociales
pretendidos por esa ciudadanía para hacer realidad un Estado Social de Derecho,
que con la crisis económica se ha deteriorado.
Por consiguiente, en tales
planteamientos de emotividad colectiva, sociedades como la catalana se ha
dividido internamente de forma dramática, donde casi la mitad de la población
ha asumido un “credo político nacionalista” que prioriza el territorio a la
persona, los valores étnicos-lingüísticos y culturales prevalecen sobre
derechos de ciudadanía constitucional, cuestionando el factor identitario
hispano (pese a los concluyentes datos históricos, jurídico-constitucionales,
etc.). Y lo mismo que en la antigüedad, ese fenómeno nacionalista identitario
se ha llevado al mundo deportivo, con especial interés de la utilización de su
gran equipo de fútbol al que tratan de imaginar e erigir simbólicamente
triunfante en el contexto del Estado, y nada mejor para ello que la oportunidad
escenográfica que facilita este acontecimiento deportivo cuyo trofeo lleva el
nombre del mismo Jefe del Estado, para hacer una descarga emocional pública de
tipo reivindicativo nacionalista. Cuestión, que aunque racionalmente tenga
escasa explicación, desde el punto de vista emocional sí se explica, como
también políticamente se percibe la estrategia.
Sin embargo, sabido lo anterior, no
parece muy acertado empezar por prohibir el uso de la bandera secesionista
catalana (estelada) como lo hizo la Delegación del Gobierno en Madrid, pues
además de la debilidad de la defensa jurídico-constitucional de tal
prohibición, políticamente era de suponer que dicha prohibición generara
efectos de boomerang al enfatizar el irredento victimismo catalanista incrementando
el nivel de protesta entre estos y cierto grado de incomprensión por la
prohibición por los auténticos demócratas, que al final acaban por rectificar
la inicial determinación, con los perniciosos efectos que ello tiene en toda la
población.
Medidas como esa prohibición supone
entrar en la fácil provocación, para terminar por rectificarlas y nuevamente oxigenar
al catalanismo en su trazado guión rupturista con el Estado, ante lo que este
tendría que generar políticas que –sin confrontación, ni entrar en la
provocación- diseñaran unas políticas que defendieran el hecho nacional español
frente al nacionalismo secesionista de forma más eficaz y democrática,
subrayando los valores hispanos (sin menospreciar los autóctonos) que combinan
con los territoriales en un proyecto común de Estado, para lo cual habría de
buscarse un pacto de Estado entre los partidos mayoritarios que defendieran
este planteamiento que fortalezca la idea del proyecto común de España (con sus
políticas de integración, de seguridad exterior e interior, que no estén
sujetas al “mercadeo del reparto del poder”, sino al interés común de España),
junto a ello una labor de permanente diálogo con la ciudadanía de todo el
Estado para ir fijando el rumbo de esas políticas de Estado. Si eso se
realizara de ese modo por parte del gobierno del Estado y de los partidos más
representativos del mismo, el lamentable espectáculo de la “protesta
político-futbolera” con las esteladas al viento ante la máxima institución del
Estado (con ser un grave síntoma político de fragmentación interna) no dejaría
de ser una triste anécdota.
Sin embargo, si nos fijamos en los
antecedentes de nuestra historia reciente, cabría poca esperanza en albergar un
cambio de rumbo en la política española donde todo ha girado en torno a una
inicial confrontación que ha ido claudicando según la necesidad de apoyo del
partido de turno (PP, PSOE) para formar gobierno en Madrid, y donde el propio PSOE
tiene su particular problema interno de identidad política con su socio el PSC,
que le ha llevado por derroteros de sutil ambigüedad en según qué momentos, que
ahora se ve abocado a hacer una tardía propuesta federalista que requeriría la
reforma constitucional un inadecuado momento de inestabilidad política en
España como se ha demostrado en la imposibilidad de formar gobierno, lo que nos
aboca a unas nuevas elecciones de incierto resultado, con una mayoría de
izquierda neocomunista que defiende el referéndum de independencia catalanista.
Lo dicho, lo de la estelada (aunque
sea el síntoma de la disfuncionalidad política de nuestro Estado) no deja de
ser una anécdota en el incierto horizonte político español actual. Donde, por
cierto, la cuestión de la “crisis económica” sigue pendiente de resolver. Y si
no atentos a la sanción de Bruselas…., y al dato indiscutible de que la deuda
pública ha superado al PIB.
¡Mal, mal, ……., muy mal…!.
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