sábado, 28 de marzo de 2015

EL IMPREVISIBLE FACTOR HUMANO DE TODA TRAGEDIA


            Impresionados con la tragedia aérea de los Alpes, en la que han fallecido 150 personas,  no salimos de la impresión, sino todo lo contrario, cuando fuentes oficiales de la investigación del suceso señalan como responsable al copiloto del avión, en un acto suicida-homicida, con un complejo fondo de perturbación mental.
        Cualquier accidente, por pequeño que sea siempre impresiona, pero cuando se trata de un accidente de estas proporciones se nos presenta la dimensión trágica del suceso como la propia dimensión trágica de la vida, pues la vida lleva implícita la imperfección, la fatalidad del accidente, de la enfermedad, y en definitiva de la muerte.   
        Tal es así que ante cualquier accidente, siempre surgen las preguntas por sus causas, su previsibilidad o imprevisibilidad, dejando en no pocos casos como una lamentable impresión de fallo de seguridad en la previsión, cuando el riesgo es un factor que siempre juega en la vida ordinaria, y cuanto más complicada y tecnificada más hay que tenerlo en consideración como contingencia posible, aunque se nos antoje improbable por las medidas de seguridad y previsión adoptadas por una sociedad altamente tecnificada cuya principal razón instrumental radica en el cálculo.
        Pero cuando todas las previsiones caen por tierra, es cuando emerge –como parece ser el presente caso- el “factor humano” como causante o coadyuvante del trágico suceso, pues siendo el ser humano un ser racional, que la evolución humana ha ido perfeccionando, y que en nuestras sociedades actuales es objeto de un gran aporte de instrucción y educación, en definitiva de su inculturación en valores humanos cooperativos, de respeto, libertad y responsabilidad, que vive en relación con los otros, no parece propio pensar en una acción irresponsable o aún criminal. Pero aunque sea poco probable, esa modalidad de comportamiento antisocial existe en la actualidad, bien por desórdenes psíquicos, bien por desórdenes sociopáticos.
        Por consiguiente, entrar en las “razones de la sinrazón” de una mente enferma, o de un alma atormentada (acomplejada, de baja resistencia a la frustración, de falta de sentimientos de compasión para con los demás, etc.), supone el descenso al laberinto del psiquismo personal, o al particular infierno de un probable tormento interior, cuyo juicio personal dejamos en manos del Creador.
        Ahora sólo cabe la piedad hacia las víctimas y sus familias, afectados directos de la tragedia, junto con el silencio que requiere un hecho de estas dimensiones para poder “digerirlo” interior y exteriormente, en la consideración de la finitud de la vida, de su contingencia existencial, en la corroboración del mal injustamente infligido por un enfermo o un desalmado. Pero seguidamente, cabría sacar las necesarias conclusiones para que las autoridades extremen las exigencias de los exámenes médicos /psicológicos de los pilotos, de forma que se eleve el rigor de la previsión de seguridad del pasaje aéreo, en lo que humanamente resulte factible.
        Otro tipo de consideraciones, que puedan generar alarma social o falsas confianzas de seguridad, acaso resulten de más. Pues toda persona, que se sabe mortal, debe tener clara tal condición, junto al riesgo mismo que entraña la existencia en su inmenso misterio, cuya continuidad no se puede ni afirmar ni asegurar, como demuestra la evidencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario