Hace pocas fechas el líder de PODEMOS, Pablo
Iglesias, en un alarde de ingenio ha pretendido distinguir “cambio” de “recambio”
en política, y como atribuyéndose estar en posesión de las esencias de la
legitimidad, el acierto y la renovación de la vida política española ha
calificado de “cambio” a su formación (PODEMOS), señalando como “recambio” a
CIUDADANOS.
Tal
afirmación, que por ingeniosa no deja de ser ambigua e inexacta, además de
arbitraria, hace un alarde de retórica sofista para “barrer hacia su terreno”.
Ante lo que parece atribuir, Iglesias, el “cambio” como las esencias nobles de
lo alternativo, en un marco de pretendido acierto, en tanto al “recambio” lo
refiere como una especie de sucedáneo del cambio, un mal intento de cambio,
acaso un repuesto de lo mismo.
En
esa exhibición “trilera” del lenguaje que tanto gusta a los políticos, como a
los vendedores de “crece pelo”, en que con una artera y original reflexión se
sentencia lo válido como propio y se devalúa lo ajeno. Pero a poco que
reflexionemos un poco sobre ese juego de palabras y aún conceptos, podremos
apreciar que el argumento falla por su base, especialmente en boca de un
político como Pablo Iglesias, que comenzando su andadura política en IU –que era
la que se venía presentando públicamente como la opción de cambio político de
izquierda, más o menos auténtico- la abandonó para crear una nueva opción
política de análoga configuración y discurso, salvo la mayor habilidad de
adaptarse al sentimiento de cabreo y frustración de buena parte de la sociedad
española en plena crisis económica, pero que en realidad viene a exhibir el
discurso político programático de IU (matiz arriba o abajo), de donde cabría
evidenciar que PODEMOS sería el “cambio del cambio”, o sea, un “recambio” de IU, en cuanto a que vendría a
representar las mismas políticas de izquierda que esta.
Pero
al propio tiempo, Pablo Iglesias, Monedero, Errejón y todos los líderes de
PODEMOS, como los de otras formaciones tienen el perfecto derecho de cambiar de
partido e incluso de ideología cuando quieran y como quieran. E incluso
sentirse el “cambio del cambio”. Lo cual sería un “recambio”.
Si
bien, lo que no parece serio a estas alturas de la vida democrática española es
que nadie se arrogue las esencias ideológicas de nada (entre otras cosas,
porque siempre caben matices e interpretaciones tanto en la teórica como en la
práxis política), y mucho menos descalificaciones por razones ideológicas, por “pureza
de sangre”, etc., pues nadie tiene la patente de ninguna ideología. El
pensamiento es libre, también el político y la práxis política, además conlleva
muchas veces no pocos ajustes en busca de consensos y mayorías que posibiliten
el razonable y pacífico entendimiento social, así como la gobernabilidad del
país.
En
la situación actual, precisamente ante la previsible falta de mayorías
absolutas en la política española –tras los próximos comicios-, habría que
empezar a hacer un profundo ejercicio de diálogo socio-político, con respetuosa
escucha, aporte de ideas y solución de problemas en la formación de complicados
consensos. Situación en la que esa práxis política requerirá “dejarse los pelos
en la gatera” no pocas veces. Tal situación conllevará la virtud del
entendimiento, del respeto de las minorías, de la mayor participación de todos
los sectores socio-políticos, y de mayor humildad de gobierno, aunque conlleve cierta
sensación de inestabilidad, pero será bueno si ello contribuye a evitar
actitudes de “despotismo político” e incluso corrupción política como las que
han generado las mayorías absolutas del bipartidismo imperante.
En
ese ámbito parece innecesario e inapropiado políticamente hablar de esencias o
evocarlas, pues en el fondo de tal evocación subyacen habitualmente tendencias
fundamentalistas (esencialistas, dogmáticas, intransigentes) poco respetuosas
con el sistema de derechos fundamentales y libertades públicas de las
democracias occidentales. Eso también debería de reflexionarlo todo aquel que
trate de erigirse en la “copia original” de una determinada ideología, las
esencias, los fundamentos de la misma. ¡Error del subconsciente, o arrogancia
de principiante!.
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