domingo, 11 de septiembre de 2011

DIEZ AÑOS DE UNA TRAGEDIA QUE CONMOVIÓ LOS CIMIENTOS DEL ORBE



Se cumplen diez años del ataque terrorista contra las “Torres Gemelas” de Nueva York por parte del terrorismo islamista. Un atentado que por la forma y el alcance fue el mayor atentado terrorista de la historia, al que seguirían otros de análoga factura, por parecidos procedimientos y con la misma firma como los de los trenes de Madrid, y los del metro de Londres.
Tales hechos vinieron a demostrar a la opinión pública mundial la vulnerabilidad del próspero y pacífico occidente; en unos momentos de reequilibrio internacional tras la caída del muro de Berlín y la desaparición de la amenaza comunista, aparecía una nueva amenaza para la paz internacional que era la amenaza islamista, más dispersa e inconcreta, con menor capacidad bélica, pero que sin embargo ponía de manifiesto que podría ser tan peligrosa e inquietante para la convivencia pacífica en occidente como lo podría ser una confrontación militar.
Por tanto, desde aquel 11-S la concepción de la problemática de seguridad a escala planetaria volvió a cambiar, asumiendo un nuevo factor de hostilidad en el terrorismo internacional, especialmente el que se constituía en una difusa organización denominada “Al Qhaeda” por parte de Ben Ladem y sus seguidores. Inicialmente alineados en un fundamentalismo islámico, de porte mesiánica que pretendía una supuesta liberación de los países islámicos –en forma de teocracias con el gobierno de la ley islámica-, so pretexto de una mayor justicia y ética colectiva, que les promete a sus seguidores un “Estado islámico” en la tierra, y el paraíso en el cielo, y justifica la violencia para conseguir sus fines, a través de la “yihad” –guerra santa-. Todo ello, trufado por un peculiar sentido de la justicia, en términos demagógicos, para atraerse a grandes sectores de musulmanes descontentos por malvivir bajo regímenes corruptos y notablemente injustos –que mantienen unas grandes diferencias económicas y sociales, y oprimen al disidente político-. Ideas a las que suman una especie de panislamismo en el que señalan como enemigos directos a Israel, EEUU y al mundo occidental –mezclando la cuestión palestina, con razones morales incompatibles con la libertad que se vive en occidente-.
Ante estos planteamientos, los sectores de la población musulmana que vive sometida bajo regímenes corruptos, sin apenas esperanza de prosperidad, pese a la inmensa riqueza de los jeques del petróleo, recibe con agrado ese mensaje de odio, confrontación y cambio, en el que le aseguran una mejor vida aquí, y después el paraíso eterno. Por lo cual, no es difícil entender la rapidez y la facilidad con la que se han extendido estos planteamientos, que incluso justifican como justa la guerra –en este caso, la guerra de guerrillas, o el terrorismo-, con tal de acosar al enemigo, y de aunar a los desheredados en un sueño que actualmente no está a su alcance.
Naturalmente, la emergencia de un movimiento terrorista e insurgente de esta naturaleza creaba un grave peligro para la estabilidad internacional. Además que crímenes masivos de inocentes no podían quedar impunes por parte del país agredido, ni siquiera por parte de la comunidad internacional. Por ello, a partir de aquel momento cambiaba la estrategia de defensa internacional, no sólo de EEUU, sino también de occidente, especialmente de Europa, que también se demostró vulnerable y en el ojo de mira de los terroristas yihadistas.
La reacción de EEUU fue necesaria como país agredido, y como líder del nuevo orden mundial, y además de elevar el nivel de medidas de seguridad, llevó a cabo una guerra más o menos abierta contra el nuevo enemigo , habiendo conseguido decapitar la cúpula original de “Al Qhaeda”, lo que no garantiza su eliminación. De hecho, se espera una reacción terrorista a escala, que recuerde que la beligerancia se mantiene. Por lo que las medidas de seguridad siguen siendo necesarias, así como la mejora de los servicios de inteligencia.
Pero con todo, consideramos que el mayor peligro es que se infiltre el odio entre los pueblos musulmanes contra occidente, que los manipulen religiosa y políticamente para fines de dominio internacional, con falsas promesas, que lleve la confrontación a niveles sociales y nacionales. Por eso, la labor de prevención social se debe de incrementar, apoyando la de seguridad. Se debe de hacer ver a la ciudadanía de estos países que occidente no es su enemigo; se les debe instruir en las libertades individuales y en las libertades públicas, en el respeto al otro, sobre todo a lo desconocido o diferente; se les debe de facilitar el conocimiento de los derechos humanos –generales para toda civilización, credo o ideología-; se debe de facilitar un mayor acceso a la cultura; incluso que lleguen las libertades a esas tierras, respetando su cultura, pero exigiendo que respeten las demás culturas, y a las personas que viven según esos parámetros de creencias y comportamientos.
En definitiva, queda un gran trabajo de pedagogía internacional, por eso no es baladí la propuesta de “Alianza de Civilizaciones” que la ONU propició, en la que los gobiernos deben de seguir profundizando, bajo el compromiso del respeto a los derechos humanos. Pues todo ello, supone una gran labor para la paz y la seguridad mundial, dado que prevendrá en estas sociedades sobre fanatismos y odios tribales, religiosos, o de cualquier índole. De igual manera que Occidente debe de aprender a vivir en una pluralidad cultural, que no tienen por qué ser síntesis, sino cohabitación de diferentes culturas que enriquezcan la convivencia social. En vez de ver lo diferente como un peligro invasivo o agresivo. Por consiguiente, son dos los caminos alternativos que se presentan en este terreno: el de la confrontación que necesariamente llevará a una espiral de interminable violencia, y el de la conciliación que ha de llevar al conocimiento y respeto mutuo. A vivir y dejar vivir….
Y naturalmente los problemas de injusticias –que son propios de todas las sociedades humanas, si bien en diversa escala- tienen otros mecanismos de arreglo, a través de la instauración de regímenes democráticos, que posibiliten el diálogo, la participación y la decisión de las poblaciones de forma mayoritaria, que progresivamente irán dando solución pacífica a los problemas económicos, sociales y políticos de esas sociedades.
Baste pues, junto al emocionado recuerdo a las víctimas de estos crímenes, la petición  a la Comunidad Internacional de que se profundicen en labores socio-pedagógicas de conocimiento, encuentro y diálogo de civilizaciones, que exponga la parte común que nos une en una fraternidad universal, frente a la intolerancia, el rencor y la violencia.

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