domingo, 25 de octubre de 2009

EL VATICANO ACOGE A LA COMUNION TRADICIONALISTA ANGLICANA


La división de la Iglesia anglicana quedó patente con la autorización, por parte de su máxima jerarquía, de la ordenación sacerdotal de mujeres y de homosexuales, dando lugar a una escisión de su rama conservadora – la Comunión Tradicionalista Anglicana- que ha llamado a las puertas de la Católica Iglesia Romana para su vuelta a la misma.
Roma, por su parte, ha acogido a los anglicanos escindidos con los brazos abiertos, haciendo uso para ello de la fórmula jurídico canóncia de la Prelatura personal que ya se aplicara al Opus Dei, de manera análoga al tratamiento religiososo que se le dio en España a las Fuerzas Armadas, a través del Obispo General Castrense. De forma que por adscripción personal –a diferencia del criterio de incardinación territorial de las Diócesis, a cuyo frente hay un prelado- se genera una estructura paralela regida por un prelado, que en el caso de los conservadores anglicanos, será su máximo jerarca. Estimando en unos quinientos mil el número de fieles que pasarían a la Iglesia Católica.
A esta particularidad de la Prelatura personal, habría que añadirle otra peculiaridad –que funcionaría como norma privada o privilegio- en razón de la situación del clero anglicano que han contraído matrimonio, y que se admitiría dentro del clero de la prelatura, nunca extensible al resto de los sacerdotes católicos –que mantendrían la obligatoriedad del celibato-, condición que se afirma no alcanzaría a las ordenaciones episcopales, pues se evitaría que las mismas recayeran en curas casados.
Todo esto, que puede representar un pequeño paso en la búsqueda de la anhelada unidad de los cristianos –que, dicho sea de paso, resulta ser un deber evangélico-, no deja de ser un paso simbólico, que trae consigo unas peculiaridades, en forma de privilegios, que pronto generarán el consiguiente malestar clerical, especialmente de los sacerdotes casados –que fueron secularizados- y cuyo carácter presbiterial nunca han perdido, habiendo reivindicado de forma permanente su vocación sacerdotal, su disposición al servicio a la Iglesia, y la falta de fundamento teológico del deber célibe.
Pero por otra parte, con la ingeniosa fórmula de la Prelatura personal, nos encontramos con otras consecuencias, no siempre deseadas, en lo que supone de generación de grupos intraeclesiales con una peculiar formación catequética y grupal, que presenta matices, a veces de perspicacia sutil, y que conforman estructuras paralelas intraeclesiales.
Por consiguiente, movimiento de retorno a la Iglesia romana, que representa un pequeño paso en dirección a la unidad de los cristianos, cuyos grandes cismas (de la Iglesia Ortodoxa, y del protestantismo) por protagonismos, disensiones intransigentes, e intereses nacionales, aún muestran públicamente las diferencias dogmáticas y estructurales dentro de una misma fe. Siendo muy oportuno que por parte de todos se siga profundizando con comprensión, generosidad y espíritu fraternal en el movimiento ecuménico, que esperemos no se resienta por esta incorporación, con el resto de la Iglesia anglicana no retornada al catolicismo.
Y por último, parece llegado el momento de que Roma empiece a replantearse la derogación de la medida del celibato obligatorio, ante esta realidad intereclesial –que pasa a ser intraeclesial, con medidas como la comentada, o con la convivencia de pastores ortodoxos (también casados) con los sacerdotes católicos en las Iglesias que atienden a inmigrantes eslavos seguidores de este grupo-, y que junto con la falta de vocaciones sacerdotales, parece lógico –en consonancia con la historia, y con la consideración conciliar del Vaticano II de “Iglesia pueblo de Dios”, en vez de Iglesia jerárquica- que se aborde esta actualidad de reincorporar al servicio de la Iglesia a la multitud de sacerdotes casados existente. Dado que, por otra parte, incluso el Diaconado Permanente –que permite determinados oficios eclesiásticos de servicio en las parroquias- comprensivo de casados, tampoco se ha prodigado por parte de la jerarquía eclesiástica, pese a las necesidades manifestadas en no pocas parroquias, especialmente de servicios litúrgicos, de evangelización y catequización de jóvenes y adultos, así como de servicios a la comunidad eclesial.

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