domingo, 7 de junio de 2009

¿QUE EUROPA VOTAMOS?


Entre los muchísimos debates ausentes en la campaña electoral de las elecciones europeas, está uno que resulta básico: ¿Qué Europa votamos?. Pues nadie nos ha expuesto su proyecto de UE, especialmente tras el espectacular rechazo del proyecto constitucional de la UE, por ciudadanos de naciones algo menos entusiastas que la nuestra con el proyecto europeo.
Quizá la falta de un proyecto sólido de Nación Española lleva a que la ciudadanía huérfana de una identidad nacional clara y definida, abrace cualquier tipo de proyecto europeo que nos presenten los plutócratas europeos –donde precisamente derecha e izquierda se ponen de acuerdo-, por anacrónico o incompatible que sea con el respectivo proyecto nacional.
Desde el Tratado de la Unión, en que Europa dejó de ser CEE para ser UE, se han ido produciendo progresivas cesiones de soberanía nacional a favor de la UE, que decide por nosotros en cuestiones de afectación directa nacional, como lo hemos podido comprobar en estos últimos años, uno de cuyos signos más audaces fue la de intentar aprobar una jornada laboral semanal de 65 horas, cuando las conquistas sociales ya habían reducido la jornada a horarios mucho más sociales.
Por consiguiente, deberíamos de tener claro ¿qué proyecto europeo queremos para nuestros intereses nacionales?. Pues resulta claro que nuestros intereses no siempre son conciliables con los de otros socios europeos.
En tal punto, hemos de simplificar cualquier propuesta en su inserción entre dos grandes modelos de construcción europea:
a) La “Europa de los mercaderes”, propia del mercado común, que ha venido funcionando con cierto nivel de satisfacción, denominada como CEE, donde realmente lo que se comparte es el mercado, y se regulan las reglas del mismo, desde perspectivas macroeconómicas que atañen a los diferentes sectores productivos, ampliando los mercados nacionales a un gran mercado europeo. Situación, que de por sí conlleva, la necesidad de armonizar unas magnitudes económicas homologables entre los diferentes países de la Comunidad, que suponen cierta elevación del nivel de vida para ser potencialmente cliente de ese mercado común.
b) La UE, a modo de “Confederación de Estados de Europa”, que más allá del mercado intenta generar unas políticas comunes (económicas, de defensa, de exteriores, sociales, etc.), para lo cual, los Estados han de ceder parte de su soberanía para constituir este modelo confederal, que a su vez limita la acción de la voluntad soberana de uno de los miembros en una determinada materia cedida a la UE. Este modelo, mucho más complejo que el de mercado común, se lleva intentando sin grandes progresos desde hace años, pues los intereses de los grandes (Alemania, Inglaterra o Francia) no se someten igualmente a la UE (debido, entre otras razones, a su mayor peso e influencia en los órganos de la UE), pero que en casos como Inglaterra no se ha llegado a integrar plenamente (de hecho, está fuera del “sistema euro”, manteniendo su moneda nacional). La política exterior común, se ha mostrado un fracaso, por colisionar con los intereses nacionales de los grandes de Europa. Y la incorporación de países del Este hacen más compleja esta organización, con una merma del poder de influencia de España en los órganos de decisión de la UE. Todo lo cual, hace que se nos antoje un proyecto más utópico que real.

Pero además, hemos visto cómo la UE ha sido incapaz de mediar con éxito y eficacia en conflictos armados europeos, como el de la guerra de los Balcanes, y en la actualidad, lo que se nos vendió de seguridad y “Europa del Bienestar” está cada vez más en cuestión ante la actual crisis económica, que además de no acabar de armonizar la acción de los gobiernos de la UE, se está demostrando que el sistema monetario europeo ha cercenado la posibilidad de actuaciones de política monetaria nacionales, que en otro tiempo hubieran podido dar algún tipo de solución a una crisis de este tipo, mostrándose los euroburócratas como unos ideólogos dogmáticos a los que sólo les importa su euro, sin que se planteen si quiera medidas de ajuste monetario para paliar la crisis.
Por consiguiente, en este marasmo que pone al descubierto las carencias de una UE que, por de pronto ha dado empleo a la clase política y funcionarial de la Unión, más que a la ciudadanía que la justifica, parece necesario abrir un debate realista, fuera de discursos europeístas triunfalistas, que nos pongan en la realidad de los hechos. Además, cuanto más se concentre el poder político de la UE más fácil será el manejo del viejo continente por parte de grupos de presión, y más artificial resultará la democracia europea, alejada de una ciudadanía, que en su mayor parte no alcanza a ganar los sueldos de sus eurodiputados.
Así las cosas, parece lógico empezar a cuestionar este “cuento europeo” –del que ya vive mucha gente improductiva-, para ajustarlo a la realidad que más nos convenga a los ciudadanos de Europa, y parece que esto pasaría por retomar el viejo –pero eficiente modelo- de “mercado común” (CEE), y retornar a fortalecer los “Estados Nacionales” para que estos realmente defiendan nuestros intereses en ese mercado, simplificándose así la construcción de una “Europa cooperativa”, más que buscar una artificiosa Confederación. Hecho que sería más congruente con la filosofía democrática dominante, y con la eficiencia que demanda la ciudadanía del tercer milenio.

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