El secretario general de los socialistas,
Pedro Sánchez, ha tomado estos días una arriesgada decisión con la destitución
de la ejecutiva socialista madrileña, y especialmente con Pedro Sánchez, barón
socialista madrileño, que le ha plantado cara a su jefe de filas en el
socialismo español, resistiéndose a marcharse y promoviendo la protesta de su
militancia próxima, generando unos días de especial tensión claramente
inconvenientes a pocos meses de los procesos electorales en marcha.
La
decisión de desalojar “manu militari” a la cúpula socialista madrileña, por
parte de la ejecutiva federal socialista, no sólo ha sido arriesgada –porque genera
indeseables fracturas internas, que necesariamente pasan su factura-, sino que
ha sido un audaz golpe de autoridad en un partido algo desnortado, por el
fracaso político de Zapatero –que desvirtuó políticamente la propia identidad
socialista, con envoltorio de “progresismo” y erró claramente en su política
económica connivente con los poderes fácticos de las finanzas hispanas-, junto
a lo cual cabría evidenciar la caída en picado electoral de la etapa de
Rubalcaba, incapaz de articular un mensaje de izquierda moderada claro y
contundente con que dar respuesta a las demandas sociales, económicas y
políticas de la calle en plena crisis económica, que ni él ni Zapatero llegaron
a atisbar.
Por
consiguiente, ante los malos resultados electorales, la dispersión del
tradicional nicho de votos socialistas y la falta de claro rumbo del PSOE, la
llegada de Pedro Sánchez al timón de este histórico e importante partido había
sido recibida como un tránsito más en ese deambular errático en unos tiempos
convulsos y de demanda de cambios por parte de la sociedad, de la que se han
hecho eco algunas nuevas formaciones que están llevándose tan considerable
nicho de votantes a posiciones más radicales de izquierda de las que esos
mismos sectores de votantes han venido a representar, pero el desengaño, la
desafección y el cabreo con una clase política autista, ensimismada en sus
propios intereses, les ha arrojado progresivamente a los brazos de
planteamientos revolucionarios de proyectos constituyentes de incierto
resultado.
En
esta situación, o Pedro Sánchez se hacía con la autoridad y el respeto de los
suyos, o difícilmente podría recabar el respeto político ajeno, y eso pasaba
por planteamientos concisos y tajantes de ruptura con la condescendencia
anterior con tramas o facciones de luchas de poder, de corruptelas, y de
ambigüedades ideológico-políticas, para posicionarse claramente en defensa de
los intereses generales, del Estado Social (Estado del Bienestar), de su
apuesta por lo público, por la independencia de los poderes fácticos
(especialmente los económicos, medios de comunicación y demás grupos de
presión), por la defensa decidida de la solidaridad social, de la unidad del
Estado –sin que necesariamente sea la de “Estado unitario”, como ha hecho con
su clara apuesta por el “Estado Federal” para dar salida al problema
territorial -, etc., etc.
Así
Sánchez ha ido ganando terreno poco a poco, con elegancia y firmeza,
clarificando su discurso y su acción política, en lo que es digno de prestarle
atención –aunque sigue sin tenerlo fácil-, conectando poco a poco con la calle –en
medio de la indignación y la agitación-, mostrándose cercano con el ciudadano.
Pero al propio tiempo, ha mostrado ser consciente de los “lastres internos” que
debe eliminar, como ha sido el caso de la Federación Socialista Madrileña con
el exiguo liderazgo de Tomás Gómez, quien llevaba varias elecciones perdidas,
con problemas en algunos de los ayuntamientos madrileños de gobierno socialista
no bien asumidos y resueltos, al que la gestión al frente del Ayuntamiento de
Parla le persigue, al parecer por una supuesta quiebra económica, resultado de
lo que cada vez más aparenta una nefasta gestión económica de Gómez como
regidor de ese ayuntamiento. Amen que las encuestas seguían reportando un nuevo
“revolcón electoral” en un terreno políticamente tan sensible como la Comunidad
de Madrid, pese a los problemas del PP madrileño y de su gestión pública. Por tanto,
la decisión de Sánchez destituyendo a Gómez (que se ha mostrado poco realista y
un tanto indisciplinado con su propia organización) ha sido muy audaz y
valiente. ¡Aunque las “dagas” se mantienen a la expectativa!, y le pasarán a
Sánchez factura, si finalmente no logra los réditos electorales pretendidos.
Pero
parece claro que tanto Sánchez, como sus asesores, tenían claro que este tenía
que dar un golpe de efecto, audaz, de autoridad, apostando por un nuevo rumbo y
nuevos equipos. En el “ser o no ser” de su propia entidad política ha tenido
que jugársela, pues de lo contrario, en caso de pérdida el fracaso de otros
sería atribuido al propio Sánchez por sus compañeros rivales, en tanto que si
le sale bien la jugada, la autoría nadie se la puede escatimar y con ello un
importante triunfo político y personal. ¡Las espadas están en alto…!.
Al
propio tiempo, se empieza a mostrar con autoridad entre los suyos –aunque ya
venía haciéndolo, forzando ceses de algunos ante la sombra de la duda de poco ejemplaridad-,
pero el paso dado apunta a que consciente de que se la juega sí o sí, decide
tomar las riendas y poner orden y concierto. Lo cual le empieza a avalar como
un líder incipiente, que aún necesita un tiempo –que posiblemente no tenga-,
para demostrar que puede recomponer la socialdemocracia española, que quizá sea
el máximo asumible de izquierda en la UE, en la que estamos y de la que no
debemos salir, pues con sus sombras aporta más luz y estabilidad a nuestra
sociedad que si vagáramos fuera del concierto europeo.
Ahora
lo que le falta a Sánchez sería abordar con diplomacia el problema andaluz,
pero para ello ha de esperar a la evolución político-electoral de la autonomía
andaluza, que acaso dimensione con mayor humildad a su actual presidenta, la
socialista Susana Díaz, que probablemente esté políticamente hipervalorada,
pues no tiene seguro mantener el “granero de votos socialista” en Andalucía,
además que hay que aportar algo más que rédito electoral para presentarse como
líder de un proyecto político.
En
fin, todo un abanico abierto de posibilidades que se irán despejando a lo largo
de este, año electoral por antonomasia.
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