martes, 30 de octubre de 2012

LA IDOLATRÍA DEL EURO



El hombre moderno, tan racional, tan seguro de sí, hijo del tiempo del progreso, ha echado de su ser cualquier atisbo de espiritualidad, de humanidad que conlleve solidaridad, y sobre todo justicia; y se ha inmerso en su propia mismidad dándose gloria a sí mismo, a lo que es, puede ser, y sobre todo tener, poseer: el EURO, que ha instalado como deidad de su limitada y materialista cosmovisión.
Hemos hecho del Euro –en definitiva del dinero- nuestra máxima aspiración, hemos puesto en él todas nuestras esperanzas, nuestra ilusión, nuestra seguridad, y hemos dado lugar a un “engranaje social” que lejos de funcionar al servicio del hombre, de la humanidad, acaba por esclavizar a la mayoría de la humanidad en manos de unos cuantos: los grandes detentadores de euros, de dólares, de libras, etc. En definitiva del dinero, “poderoso caballero”.
A él se rinden hasta las conciencias más formadas, en su ámbito la vida humana vale poco o nada; pues en definitiva el dinero es el que maneja el mundo, siempre lo ha sido, pero en la actualidad más que nunca, con mayor sutileza y complejidad.
Con el avance del capitalismo industrial alguien comprendió que todo lo que se fabricaba se tendría que vender para que fuera auténticamente negocio. De ahí la producción en masa, el trabajo en cadena, y la sociedad de masas, que mejoró el nivel de vida de nuestros antecesores, extendiendo una creciente clase media como nunca antes. Y así todos ganaban, los que producían y vendían al por mayor…, los que más, y así todos los demás.
Así se consiguió generar un estado de cosas más justo e igualitario, se creó el “Estado social” que derivó en el “Estado del Bienestar”, pues había posibilidad de reparto de la riqueza y evitar la injusticia de la marginalidad social.
Pero la ambición humana ni descansa ni reposa, y erigiendo al dinero en el objetivo vital, se perfeccionó el sistema capitalista de ganancias, de forma que se pudo apreciar que sin necesidad de montar fábricas u otros negocios, se podía ganar incluso más dinero invirtiendo, o como otros dicen de forma más lúdica, jugando a la bolsa, y en los demás mercados financieros, dando lugar al “capitalismo financiero” de porte puramente especulativo. Así mientras el original capitalismo industrial creaba riqueza y daba trabajo, el capitalismo financiero, especula con la riqueza, es más fácilmente manipulable por los grandes capitales –que han convertido el mundo en un gran casino- y sobre todo llega a destruir, lo que con tanto esfuerzo crearon generaciones pasadas, pues en su ambición sin límite genera paro, pues no necesita la mano de obra trabajadora para seguir lucrándose exponencialmente, y así no respeta ni instituciones, ni familias, ni personas a las que hunde en la miseria, en la desesperación de la pobreza.
A tal punto de degradación moral han llegado nuestras sociedades, que en plena crisis económica con millones de parados, familias desahuciadas de sus hogares y generalizada desesperanza, nuestros gobiernos –incluido el parnaso de la UE- no buscan salvar a las personas, sino al “Euro”, no se reflotan empresas, sino que se le da dinero público a los bancos –grandes culpables, por cooperación necesaria y complicidad con los especuladores-. Incluso algunos políticos –convidados a esta demoníaca orgía- han llegado a decir cínicamente que “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”.
¿Quiénes han vivido por encima de sus posibilidades?, ¿los trabajadores españoles, irlandeses, griegos, italianos o portugueses?. ¡Falso, una y mil veces!.
¿Quién acercó el crédito fácil a los trabajadores?, ¿quién los embarcó en esas interminables hipotecas?. ¿No fue la propia banca y sus aledaños?. Pues descubrieron la rentabilización de una “nueva esclavitud”: vender pisos a los trabajadores que no los pueden pagar a los precios de un mercado adulterado –sin apenas ayudas públicas-, a los que se les presentaba la operación del siglo, se hipotecaba, se pagaba a plazos –como un alquiler- pero el piso era tuyo, con permiso del banco que se llevaba su parte no despreciable del negocio, y así por miles y miles. Hasta que el sistema falló y acabó hundiéndose por pura codicia especulativa e imprevisión de la misma banca inmersa en una orgía de dinero imparable.
Llegado este punto, ¿quien paga “los platos rotos”?, pues el dinero huidizo –como siempre- a las primeras dificultades se escondió. Al parecer tiene que pagarlo el contribuyente español, pues ni la UE quiere saber nada de esta bacanal financiera de sus propios buitres, y los banqueros pronto les recuerdan a los políticos que ayer los salvaron ellos de pagar sus deudas electorales e institucionales, y hoy tienen que “pagar el peaje” estipulado. ¿Salida?. Pagar la catástrofe con cargo al Erario Público (si se ha de reducir en sanidad, educación, ayudas sociales, etc.) se hace. E incluso se extiende la especie que no nos podemos pagar ya el “Estado del Bienestar”, para convencimiento de crédulos e inocentes; cuando lo que late en el fondo es que si para salvarse ellos -la banca, la clase política y demás próximos- han de desmontar el “Estado del Bienestar” se hará.
Este es justo el momento en que los trabajadores habrían de destronar el ídolo del dinero –del euro-, e ir decididamente al rescate de las personas. Y si para ello hay que refundar la UE, o cualquier país, se debería hacer, pues lo prioritario son las personas, no el dinero. Por ello, ¿por qué hemos de asumir como dogma de fe la permanencia de España en el euro?. Así las cosas, ¿no sería mejor volver a la peseta para facilitar la salida que le conviene a España?. Recordemos que desde que entramos en el euro, los únicos que no pierden son los grandes capitales, el dinero en sí. No así la ciudadanía que experimentó, de entrada, una subida de precios impresionante.
¡Pensemos un poco sobre nuestro pasado reciente, sobre nuestro presente, y sobre todo sobre nuestro futuro, y actuemos en consecuencia…!.

1 comentario:

  1. Enhorabuena domingo. Suscribo plenamente tus ideas, y las voy a enlazar con un homenaje a la peseta que publicaré en mi blog, remitiendo al tuyo.
    ¡Qué fácil sería vivir conscientes de nuestra capacidad de generar riqueza para todos, sin dependencias extranjeras que nos llevan directamente a la ruina!

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