domingo, 3 de junio de 2012

¿Qué vida se garantiza a los españoles, portugueses, irlandeses y griegos en el euro?



La crisis económica que amenaza al euro y que lleva a intervenir economías nacionales de la zona monetaria europea, parece que está llegando a un desenlace, ante la evidencia que las cosas no pueden continuar así, con economías semicolapsadas, escasez de crédito, elevadas cifras de paro y diferenciales de la prima de riesgo privativas para sus economías.
Por tanto, todo apunta que se acerca el inquietante desenlace, bien en forma de solución conjunta desde la UE para salvar estas economías, bien para que estas acaben por abandonar el euro, ante la imposibilidad de seguir los requerimientos de la autoridad monetaria europea.
Así, aunque decidirán los de siempre, los poderosos –hoy llamados “mercados”-, puede que el sueño europeo esté llegando a su fin. Como ya está en sus estertores el “Estado del Bienestar” que alguien ha decidido, desde su poderosa “torre de marfil” que es un exquisito menú impropio de pobres, pues dicen que no nos lo podemos pagar. Naturalmente, aunque pueda haber algo de razón en ello, no es menos cierto que tal afirmación atufa a un egoísmo digno de mejor empeño, pues tampoco se ha hecho un análisis serio y profundo de los gastos que tenemos y hemos venido manteniendo cuáles de los mismos son prescindibles, sino que se ha ido directamente contra los pocos beneficios alcanzados por las clases medias y trabajadora después de años de fatigas con algunos logros.
Por tanto, en esta opacidad, en que el pueblo está prácticamente al margen de lo que está sucediendo, salvo para sufrir las consecuencias de una nefasta gestión de la crisis por parte de nuestros políticos, y aún peor, por parte de los euroburócratas que abordan el problema desde una frialdad y una estrechez de miras que pone de manifiesto la lamentable ausencia de un liderazgo político europeo que fije rumbo a esta utopía confederal que lleva más de dos décadas en proceso de construcción no culminada; que es uno de los motivos de la actual crisis que padecemos, por faltar la política fiscal común que debiera haber acompañado a la monetaria.
En cualquier caso, aparte lo que hagan los poderosos de Europa y de cómo gestione Rajoy sus cartas –pues aparenta haber amagado con abandonar las propias iniciativas hasta la cumbre europea de finales de mes, algo que probablemente no aguante la situación y que posiblemente incluso la precipiten-; la cuestión es ¿qué nos espera en la UE intervenidos o semi-intervenidos?, pues resulta claro que la banca española ha sido un problema añadido que finalmente nos precipita a tener que ser, al menos “remolcados”. De entrada parece que ponen duras condiciones de ajuste del gasto público –le duela a quien le duela, y sea justo o injusto, pues de nuevo el dinero es lo único importante-, recorte de prestaciones sociales de paro, recorte posible de pensiones con prolongación de la edad máxima de jubilación, y toda una retahíla de medidas que nos llevarán a tener que subir impuestos y estar debiendo dinero durante más de una década, lo que lleva a hipotecar nuestro futuro en un par de décadas mínimo. Y siempre con la “espada de Damocles” ante cualquier desvío del rumbo marcado. Algo que podría definirse como una “neoesclavitud”, o quizá más suave, una “neocolonización”. Que tras la II Guerra Mundial no se instaló en Europa para evitar la crisis bélica con raíces en las duras indemnizaciones y sanciones de guerra impuestas a los alemanes en el Pacto de Versalles. Y sin embargo se optó por la creación de la CEE, tras la implicación activa de EEUU en el Plan Marshall de rescate al viejo continente asolado por los destrozos de la guerra. ¡Qué pronto se ha olvidado…!.
 Hemos de despertar de la utopía europea, pues esto deja de ser un sueño de libertad, de progreso e igualdad, para convertirse en una pesadilla de mercadeo infame, y sálvese quien pueda, con la complicidad de la mediocridad de los políticos nacionales.
Naturalmente, en ese horizonte hablar de nuestros socios europeos sería un sarcasmo. Pues no se han mostrado socios, sino rigurosos y cicateros administradores, de unas deudas que el propio sistema –por injusto, incompleto e inadecuado- ha propiciado, junto con una irresponsable actuación de nuestra clase dirigente, que tampoco ha desempeñado bien sus obligaciones de control y buena administración en los distintos gobiernos y mesogobiernos territoriales y locales.
¿Cuál sería la alternativa?. A estas alturas, prácticamente sería una, la de abandonar el euro. Aunque quizá cabría establecer urgentes contactos con los países que están como España (Italia, Grecia, Portugal, e Irlanda), con acercamiento al Gobierno Francés de Hollande, para hacer un planteamiento común en Bruselas.
Si no fuera posible, la alternativa sería el abandono de la moneda europea por parte de España, que recuperaría el control monetario y podría proceder a la necesaria devaluación de la moneda, como se hizo en numerosos episodios análogos en nuestra historia reciente (la última por Solchaga en la mitad de los ochenta), renegociando la deuda con medidas de quita y espera, evitando este sufrimiento económico, aunque trajera consecuencias inflacionistas, y perjudicara la competitividad. ¿Qué competitividad creen que podemos tener con la “losa” de una gran deuda financiera?, aparte que nuestros intereses –visto lo visto- hemos de defenderlos nosotros, algo que no garantiza una intervención económica, en que nuestros antiguos socios –actuales acreedores, y competidores comerciales- tratarán de  reconducirnos por los cauces que les sean más interesantes, que no tienen que ser los que más nos convengan. Además, ¿qué tipo de ejercicio soberano es ese que supone una posición doblegada a los dictados externos?.
En el ámbito económico, incluso habría sectores como el turismo o el inmobiliario que se recuperarían con facilidad ante una devaluación de la peseta, e incluso nuestras exportaciones  podrían beneficiarse, especialmente de aquellos productos propios.
Por consiguiente, no hagamos caso a los agoreros que nos anuncian que “tras ellos está el diluvio”. ¡Sólo se trata de ajustes macroeconómicos de índole monetaria, y no son los primeros!.

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