La crisis económica que amenaza al euro y que lleva a intervenir economías nacionales de la zona monetaria europea, parece que está llegando a un desenlace, ante la evidencia que las cosas no pueden continuar así, con economías semicolapsadas, escasez de crédito, elevadas cifras de paro y diferenciales de la prima de riesgo privativas para sus economías.
Por tanto, todo apunta que se
acerca el inquietante desenlace, bien en forma de solución conjunta desde la UE
para salvar estas economías, bien para que estas acaben por abandonar el euro,
ante la imposibilidad de seguir los requerimientos de la autoridad monetaria
europea.
Así, aunque decidirán los de
siempre, los poderosos –hoy llamados “mercados”-, puede que el sueño europeo
esté llegando a su fin. Como ya está en sus estertores el “Estado del Bienestar”
que alguien ha decidido, desde su poderosa “torre de marfil” que es un
exquisito menú impropio de pobres, pues dicen que no nos lo podemos pagar.
Naturalmente, aunque pueda haber algo de razón en ello, no es menos cierto que tal
afirmación atufa a un egoísmo digno de mejor empeño, pues tampoco se ha hecho
un análisis serio y profundo de los gastos que tenemos y hemos venido
manteniendo cuáles de los mismos son prescindibles, sino que se ha ido
directamente contra los pocos beneficios alcanzados por las clases medias y
trabajadora después de años de fatigas con algunos logros.
Por tanto, en esta opacidad, en
que el pueblo está prácticamente al margen de lo que está sucediendo, salvo
para sufrir las consecuencias de una nefasta gestión de la crisis por parte de
nuestros políticos, y aún peor, por parte de los euroburócratas que abordan el
problema desde una frialdad y una estrechez de miras que pone de manifiesto la
lamentable ausencia de un liderazgo político europeo que fije rumbo a esta
utopía confederal que lleva más de dos décadas en proceso de construcción no
culminada; que es uno de los motivos de la actual crisis que padecemos, por faltar
la política fiscal común que debiera haber acompañado a la monetaria.
En cualquier caso, aparte lo que
hagan los poderosos de Europa y de cómo gestione Rajoy sus cartas –pues aparenta
haber amagado con abandonar las propias iniciativas hasta la cumbre europea de
finales de mes, algo que probablemente no aguante la situación y que
posiblemente incluso la precipiten-; la cuestión es ¿qué nos espera en la UE
intervenidos o semi-intervenidos?, pues resulta claro que la banca española ha
sido un problema añadido que finalmente nos precipita a tener que ser, al menos
“remolcados”. De entrada parece que ponen duras condiciones de ajuste del gasto
público –le duela a quien le duela, y sea justo o injusto, pues de nuevo el
dinero es lo único importante-, recorte de prestaciones sociales de paro,
recorte posible de pensiones con prolongación de la edad máxima de jubilación,
y toda una retahíla de medidas que nos llevarán a tener que subir impuestos y
estar debiendo dinero durante más de una década, lo que lleva a hipotecar
nuestro futuro en un par de décadas mínimo. Y siempre con la “espada de
Damocles” ante cualquier desvío del rumbo marcado. Algo que podría definirse
como una “neoesclavitud”, o quizá más suave, una “neocolonización”. Que tras la
II Guerra Mundial no se instaló en Europa para evitar la crisis bélica con
raíces en las duras indemnizaciones y sanciones de guerra impuestas a los
alemanes en el Pacto de Versalles. Y sin embargo se optó por la creación de la
CEE, tras la implicación activa de EEUU en el Plan Marshall de rescate al viejo
continente asolado por los destrozos de la guerra. ¡Qué pronto se ha olvidado…!.
Hemos de despertar de la utopía europea, pues esto
deja de ser un sueño de libertad, de progreso e igualdad, para convertirse en
una pesadilla de mercadeo infame, y sálvese quien pueda, con la complicidad de
la mediocridad de los políticos nacionales.
Naturalmente, en ese horizonte
hablar de nuestros socios europeos sería un sarcasmo. Pues no se han mostrado
socios, sino rigurosos y cicateros administradores, de unas deudas que el
propio sistema –por injusto, incompleto e inadecuado- ha propiciado, junto con
una irresponsable actuación de nuestra clase dirigente, que tampoco ha
desempeñado bien sus obligaciones de control y buena administración en los
distintos gobiernos y mesogobiernos territoriales y locales.
¿Cuál sería la alternativa?. A
estas alturas, prácticamente sería una, la de abandonar el euro. Aunque quizá
cabría establecer urgentes contactos con los países que están como España
(Italia, Grecia, Portugal, e Irlanda), con acercamiento al Gobierno Francés de
Hollande, para hacer un planteamiento común en Bruselas.
Si no fuera posible, la
alternativa sería el abandono de la moneda europea por parte de España, que
recuperaría el control monetario y podría proceder a la necesaria devaluación
de la moneda, como se hizo en numerosos episodios análogos en nuestra historia
reciente (la última por Solchaga en la mitad de los ochenta), renegociando la
deuda con medidas de quita y espera, evitando este sufrimiento económico,
aunque trajera consecuencias inflacionistas, y perjudicara la competitividad.
¿Qué competitividad creen que podemos tener con la “losa” de una gran deuda
financiera?, aparte que nuestros intereses –visto lo visto- hemos de
defenderlos nosotros, algo que no garantiza una intervención económica, en que
nuestros antiguos socios –actuales acreedores, y competidores comerciales-
tratarán de reconducirnos por los cauces
que les sean más interesantes, que no tienen que ser los que más nos convengan.
Además, ¿qué tipo de ejercicio soberano es ese que supone una posición doblegada
a los dictados externos?.
En el ámbito económico, incluso
habría sectores como el turismo o el inmobiliario que se recuperarían con
facilidad ante una devaluación de la peseta, e incluso nuestras
exportaciones podrían beneficiarse,
especialmente de aquellos productos propios.
Por consiguiente, no hagamos caso
a los agoreros que nos anuncian que “tras ellos está el diluvio”. ¡Sólo se
trata de ajustes macroeconómicos de índole monetaria, y no son los primeros!.
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