Grecia está atravesando una de las etapas más oscuras de su historia reciente, con una situación de quiebra económica, apenas sustentada por las cordadas de sus acreedores para evitar perder lo prestado, pero que no considera con realismo el sufrimiento del pueblo heleno ante las draconianas condiciones impuestas por aquellos, que están determinando que el propio pueblo se plantee aquello de que “de perdidos al río”.
En tales circunstancias acude
Grecia a una nueva cita electoral este fin de semana, en cuya base decisoria
está un gran dilema que pronto se despejará y que traerá consecuencias para
gran parte de Europa.
Por un lado, se trataría de
continuar en la UE siendo neocolonizados –aunque eufemísticamente se hable de “rescate”,
o “intervención”-, en que la nueva potencia colonial en el nombre de la banca
acreedora de los griegos, les marcará el surco del que no se podrán salir, so
pena de que los acaben abandonando y asfixiando económicamente.
Por otro lado, se procuraría la
liberación de las ataduras de la inmensa deuda que les condiciona el presente y
el futuro; el reconocimiento de la impotencia, de la auténtica insolvencia, y
volver a empezar por sus propios medios –pues el precio de esa verdad, de
recuperar la libertad como país, es el abandono a las “tinieblas externas”-. Aunque
no siendo el único país en haber quebrado, tras un periodo inicial difícil, se
acaba recuperando la actividad.
La diferencia entre una y otra
posición apenas radica en algo importantísimo, que se llama libertad, soberanía
del pueblo griego, aunque se hayan de reconocer errores pasados, pero no se
pueden perpetuar si la asunción del pago de la deuda –vía ayudas- no da apenas
para vivir a un pueblo que se siente estafado y esclavizado, para finalmente
ser abandonado a su suerte. ¿Esa es la solidaridad de la UE con sus propios
socios?.
En consecuencia, tal grado de
desesperanza, lleva a prever un ascenso de las posiciones antieuropeas, en la
forma en que la propia UE se ha posicionado –construida a medio camino, sin
apenas explicar el rumbo y el proyecto a la ciudadanía- y mostrado incapaz de
arreglar los problemas económicos en la zona euro.
Especial atención hay que prestar
al izquierdista Alexis Tsipras que ha acabado moderando su discurso de ruptura
con la UE, para plantear otro de renegociación de las condiciones de la deuda,
ante la evidencia que Grecia no puede salir adelante en las presentes
condiciones. Y sobre todo, porque Tsipras plantea algo que late en la
conciencia de muchos europeos, aunque la socialdemocracia europea no acaba de
abanderarlo, y que pasaría por la pretensión de reforma profunda de una UE de las finanzas, de porte neoliberal, por otra
más social.
El éxito del discurso de Tsipras
radica en que en estos momentos ha sido el único político capaz de articular un
mensaje con eco social que plantea un rumbo político definido y claro, más allá
del aturdimiento del resto de la clase política ante el imperativo de tener que
gobernar al dictado de los acreedores, subvirtiendo así el principio de soberanía
nacional, que ha de ser sagrado en cualquier democracia que se precie.
En cualquier caso, asistiremos a
un histórico pronunciamiento de la sociedad griega; y sobre todo, dadas las
dramáticas circunstancias, a los españoles, italianos, portugueses, e irlandeses nos podría servir de ensayo
experimental para nuevas tomas de posición soberanas, que si lo fueran de
conjunto en el seno de la UE aún tendrían más éxito. Pues en definitiva, la
desesperanza de los griegos es compartida por muchos ciudadanos de los países
intervenidos o apunto de serlo, y el “sueño europeo” se empieza a convertir en
una “pesadilla” de la que hay que despertar ya, resolviendo el problema de
fondo –por vía de reformas internas y comunitarias-, o abandonando un tren que
lleva una velocidad y tiene un costo que no nos lo podemos permitir, pues los que
llevan billete de primera tienen poco interés por la confortabilidad de los
pasajeros de segunda. Amen que dicho simil ferroviario, supone un mal comienzo
para una sociedad de naciones, en las que unos se imponen sobre otros, o se
desentienden de los problemas que les acarrean algunos imponderables de la
sociedad.
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