viernes, 15 de junio de 2012

UNA GRECIA DESESPERANZADA EN BUSCA DE SU FUTURO



Grecia está atravesando una de las etapas más oscuras de su historia reciente, con una situación de quiebra económica, apenas sustentada por las cordadas de sus acreedores para evitar perder lo prestado, pero que no considera con realismo el sufrimiento del pueblo heleno ante las draconianas condiciones impuestas por aquellos, que están determinando que el propio pueblo se plantee aquello de que “de perdidos al río”.
En tales circunstancias acude Grecia a una nueva cita electoral este fin de semana, en cuya base decisoria está un gran dilema que pronto se despejará y que traerá consecuencias para gran parte de Europa.
Por un lado, se trataría de continuar en la UE siendo neocolonizados –aunque eufemísticamente se hable de “rescate”, o “intervención”-, en que la nueva potencia colonial en el nombre de la banca acreedora de los griegos, les marcará el surco del que no se podrán salir, so pena de que los acaben abandonando y asfixiando económicamente.
Por otro lado, se procuraría la liberación de las ataduras de la inmensa deuda que les condiciona el presente y el futuro; el reconocimiento de la impotencia, de la auténtica insolvencia, y volver a empezar por sus propios medios –pues el precio de esa verdad, de recuperar la libertad como país, es el abandono a las “tinieblas externas”-. Aunque no siendo el único país en haber quebrado, tras un periodo inicial difícil, se acaba recuperando la actividad.
La diferencia entre una y otra posición apenas radica en algo importantísimo, que se llama libertad, soberanía del pueblo griego, aunque se hayan de reconocer errores pasados, pero no se pueden perpetuar si la asunción del pago de la deuda –vía ayudas- no da apenas para vivir a un pueblo que se siente estafado y esclavizado, para finalmente ser abandonado a su suerte. ¿Esa es la solidaridad de la UE con sus propios socios?.
En consecuencia, tal grado de desesperanza, lleva a prever un ascenso de las posiciones antieuropeas, en la forma en que la propia UE se ha posicionado –construida a medio camino, sin apenas explicar el rumbo y el proyecto a la ciudadanía- y mostrado incapaz de arreglar los problemas económicos en la zona euro.
Especial atención hay que prestar al izquierdista Alexis Tsipras que ha acabado moderando su discurso de ruptura con la UE, para plantear otro de renegociación de las condiciones de la deuda, ante la evidencia que Grecia no puede salir adelante en las presentes condiciones. Y sobre todo, porque Tsipras plantea algo que late en la conciencia de muchos europeos, aunque la socialdemocracia europea no acaba de abanderarlo, y que pasaría por la pretensión de reforma profunda de una UE  de las finanzas, de porte neoliberal, por otra más social.
El éxito del discurso de Tsipras radica en que en estos momentos ha sido el único político capaz de articular un mensaje con eco social que plantea un rumbo político definido y claro, más allá del aturdimiento del resto de la clase política ante el imperativo de tener que gobernar al dictado de los acreedores, subvirtiendo así el principio de soberanía nacional, que ha de ser sagrado en cualquier democracia que se precie.
En cualquier caso, asistiremos a un histórico pronunciamiento de la sociedad griega; y sobre todo, dadas las dramáticas circunstancias, a los españoles, italianos, portugueses,  e irlandeses nos podría servir de ensayo experimental para nuevas tomas de posición soberanas, que si lo fueran de conjunto en el seno de la UE aún tendrían más éxito. Pues en definitiva, la desesperanza de los griegos es compartida por muchos ciudadanos de los países intervenidos o apunto de serlo, y el “sueño europeo” se empieza a convertir en una “pesadilla” de la que hay que despertar ya, resolviendo el problema de fondo –por vía de reformas internas y comunitarias-, o abandonando un tren que lleva una velocidad y tiene un costo que no nos lo podemos permitir, pues los que llevan billete de primera tienen poco interés por la confortabilidad de los pasajeros de segunda. Amen que dicho simil ferroviario, supone un mal comienzo para una sociedad de naciones, en las que unos se imponen sobre otros, o se desentienden de los problemas que les acarrean algunos imponderables de la sociedad.

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