La suspensión
del acto público de Rodiezmo con el que el PSOE y la UGT regalaban los oídos a
los trabajadores de la minería astur-leonesa, refleja la profunda crisis que
padece el socialismo español y su sindicato hermano la UGT.
Como el
deambular de los mismos, el acto de inicio de curso político en Rodiezmo de la
izquierda socialista y laborista española, ha durado 30 años, justo los de
evolución del PSOE y la UGT en el poder, después de la transición democrática
española.
Atrás quedan
esos multitudinarios mítines de los líderes sindicales y políticos socialistas,
que hablaban de los descamisados, con tal soltura y desparpajo que los hacía
creíbles, aunque en el camino han quedado numerosas conductas públicas poco
ejemplares, junto a una insensibilidad real con la clase trabajadora que los ha
ido apartando de la realidad de estos, por
lo que también los han ido abandonando, al sospechar que había una especie de
pacto tácito de “taparse vergüenzas”, y constatar que su acción política y
sindical estaban lejos de las necesidades urgentes de los trabajadores, que
iban viendo como progresivamente perdían derechos adquiridos, salario, y hasta
el propio empleo, mientras sus representantes les daban buenas palabras y poco
más.
Por
consiguiente, se hace necesaria una “refundación de una izquierda laborista”,
que vuelva a conectar con los intereses de la clase trabajadora y media de
nuestro país, que defienda el contenido real de un “Estado Social y de Derecho”
como viene definido por la Constitución, que no juegue en las procelosas aguas
del poder fáctico económico, de esos llamados “mercados” (en referencia a los nuevos
mercaderes) que no conocen fronteras, ni humanidad, sólo su mezquina codicia.
Y
del mismo modo hace falta una refundación sindical, pues el modelo sindical de
la transición fue engullido por el sistema político que lo supo neutralizar en
razón de los intereses y necesidades burocráticas, estructurales propias, que
lo fue domesticando y distanciando de la clase trabajadora. Ese sindicalismo
que ha consentido estos niveles de paro tan altos como ignominiosos para una
sociedad que pretende ser justa, que se ha aviado con las subvenciones que el
poder le dedicaba, con el negocio de los cursos de formación, llegando a cruzar
las líneas de la decencia con escándalos tan clamorosos como los ERE´S falsos
en Andalucía, como en su día la PSV, a los que añadir las canonjías que
disfrutaban a cuenta del sindicato de algunos de sus líderes, como se ha
evidenciado en la UGT de Andalucía. Siendo así, que este modelo de sindicalismo
se ha visto contaminado por la propia acción política del sistema poco
transparente que se erigió con partidos políticos no democráticos en su
funcionamiento interno, regidos por los “aparatos internos” (pequeña elite que
los controla, y se instala en la política y acaba favoreciéndose a sí misma con
todo tipo de prebendas, como estamos descubriendo). Los mismos sindicatos, que
tras criticar los ERE, los aplican a sus propios empleados.
Está
claro que esta izquierda político-sindical se está desmoronando, junto a una
falta de horizonte, y una consiguiente falta de liderazgo en su interior que
pueda aglutinarlos con un nuevo proyecto justo, solidario, internacionalista,
laboralista de porte socialdemócrata que atraiga la atención y el interés de la
gente, que previamente ha de estimar creíble el proyecto, el mensaje y sobre
todo, los mensajeros. Cosa que a día de hoy no se da, pues ni se ve proyecto,
ni mensaje, y los mensajeros actuales de ese sector ideológico han perdido su
crédito público.
Hace
falta nuevos mensajeros y nuevos mensajes, para que se pueda recomponer una
izquierda laborista político-sindical, que en su día lideró el PSOE y la UGT, y
que hoy no convence ni a los propios,
porque no se ha apreciado la diferencia en los gobiernos socialistas, como en
la actual deriva de la UGT de defensa de intereses de los trabajadores y clases
medias por encima de otros intereses político-coyunturales, o lo que es peor,
económico-bancarios, como se ha visto en el caso de los últimos gobiernos de
ZP, que siguió la estela que dejó marcada Felipe González en su última etapa de
gobierno, cuando giró su política para sintonizar con la UE y se olvidó de sus
raíces laboristas (socialistas y ugetistas).
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