La
exclusión de la candidatura madrileña para la Olimpiada del 2020, por parte del
Comité Olímpico Internacional, ha caído como un jarro de agua fría en la
crédula e inocente hinchada española, que creyó el mensaje –políticamente elaborado-
que transmitieron los medios de comunicación españoles, así como el ambiente
triunfalista que exhibió la extensa delegación española.
Siendo así,
que es la cuarta vez que el COI rechaza la candidatura madrileña a ser sede
olímpica, de hecho las últimas consecutivas y con los deberes bastante
avanzados para acreditar así la oferta española ante ese pequeño “senado
deportivo” que rige el olimpismo mundial, que naturalmente no es impermeable a
intereses, ni al ambiente del momento concreto que se vive en cada decisión de
este tipo.
La
candidatura española realmente era una digna apuesta de lo que supone una sede
olímpica, que tuvo como antecedente la exitosa celebración de la Olimpiada de
1992 en Barcelona, y que tiene, además de la conveniente experiencia, el
trabajo de las infraestructuras deportivas en estado bastante avanzado para
poder acoger dicho proyecto, algo que no llegó a mostrarse en el caso de
Estambul, en tanto que en el caso de Tokio la inseguridad sísmica que generó el
grave problema de la central nuclear de Fukushima, que aún se encuentra
latente, aunque las autoridades afirman que está controlado, pese a que de vez
en cuando nos asaltan noticias que aseguran todo lo contrario, y que
representaría un alto riesgo para la población nipona, como para cualquier
evento de la naturaleza de una Olimpiada que congrega miles de visitantes,
entre deportistas y seguidores.
Pero aun
así, el COI optó por Tokio. Lo cual nos lleva a pensar, junto con la inicial
descalificación española, a que ha podido influir con extremada incidencia el
estado actual de la economía mundial, en que España sufre una difícil crisis
económica (al decir de muchos, la más dura tras la Guerra Civil del pasado
siglo), de la que aún no se ha recuperado, que ha generado casi 6 millones de
parados, que la hacen una apuesta actualmente no segura para el encargo de
organizar un evento de esta magnitud, hecho que junto al de los habituales
casos de corrupción, transmiten una imagen de inestabilidad y escasa
fiabilidad. ¡Tal parece ser nuestro presente…!. Que de no cambiar, augura un
complejo futuro.
Sin
embargo, la opción japonesa es más segura por la solidez económica de su país
–que atravesó una difícil coyuntura económica, que prácticamente han superado-,
pues representa uno de los países industriales más fuertes del mundo, su alta
tecnología es un hecho, y su cohesión social es innegable. En consecuencia, en
su esencia, tienen presente y futuro como país.
Más allá de
todo ello, los españoles deberíamos reflexionar sobre lo ocurrido, con realismo
y desapasionamiento, ya que refleja la forma en que nos ven fuera de España, y
no parece que representemos actualmente una imagen solvente como país (con una
dura crisis económica de la que aún no hemos salido, con una cohesión interna
territorialmente controvertida –tal son los nacionalismos catalán, vasco y
gallego-, con numerosos casos de corrupción, que afectan a todas las
instituciones del Estado, incluyendo los principales partidos políticos y los
principales sindicatos). Algo que no se ha logrado, si quiera disimular con el
constructo diseñado para vender la “marca España” en el exterior, que visto lo
visto, se podría ahorrar el gasto que comporta, pues la marca se vende sola
cuando es transparente, y se muestra interesante para el que la ve, porque
tiene cosas interesantes que ofrecer (que España las tiene, con el invento de
lo de la marca o sin él).
Y por otra
parte, no caigamos en la trampa tejida arteramente de que las Olimpiadas iban a
ser la panacea de la recuperación del país. En absoluto, la recuperación del
país pasará por la recomposición de un tejido productivo de más solidez que el
que había, de una mano de obra bien formada y versátil, todo lo cual requiere
más que espectáculos transitorios auténticas empresas productivas y estables
que den empleo a los españoles, que en número millonario demandan ese empleo
que han perdido o no han tenido nunca. ¡Auténtico drama nacional!. Algo que ha
de ser el principal objetivo político y nacional, por tanto que no nos
distraigan en sueños que enajenen nuestras necesidades vitales como ciudadanía
madura en una democracia que aún debe de perfeccionar su desarrollo
participativo.
Pues como
dicen comúnmente, antes del postre hay que comer, así pues lo primero es la
necesaria recuperación económica –que aún se resiste a aparecer, digan lo que
digan los que quieren autofestejarse y justificarse-, y eso pasa por la
recuperación del empleo perdido, pues resultaría infame e inmoral que nos
entregáramos, como se ha hecho, a preparar un espectáculo de un mes, que en el
mejor de los casos generaría unos setenta mil empleos transitorios, y nos
olvidáramos de la necesaria y urgente regeneración del tejido económico perdido
con su correspondiente empleo. Una sociedad moral, social, y políticamente sana
no puede contentarse con asumir la exclusión del mercado de trabajo –y en
consecuencia de una vida digna- de la cuarta o quinta parte de la población en
disposición de trabajar. ¡No tendría futuro….!. Y ese es el auténtico horizonte
en el que hay que conseguir logros, no en espectáculos transitorios para
deleite de burgueses bien servidos.
Por
consiguiente, parece oportuno, ante este cuarto rechazo del COI, que no se
vuelva a intentar en sucesivas décadas, hasta no hayamos logrado como país
realmente los objetivos deseables en su conjunto de trabajo, justicia, paz,
cohesión y bienestar social.
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