domingo, 8 de septiembre de 2013

OLIMPICA DECEPCIÓN


La exclusión de la candidatura madrileña para la Olimpiada del 2020, por parte del Comité Olímpico Internacional, ha caído como un jarro de agua fría en la crédula e inocente hinchada española, que creyó el mensaje –políticamente elaborado- que transmitieron los medios de comunicación españoles, así como el ambiente triunfalista que exhibió la extensa delegación española.
Siendo así, que es la cuarta vez que el COI rechaza la candidatura madrileña a ser sede olímpica, de hecho las últimas consecutivas y con los deberes bastante avanzados para acreditar así la oferta española ante ese pequeño “senado deportivo” que rige el olimpismo mundial, que naturalmente no es impermeable a intereses, ni al ambiente del momento concreto que se vive en cada decisión de este tipo.
La candidatura española realmente era una digna apuesta de lo que supone una sede olímpica, que tuvo como antecedente la exitosa celebración de la Olimpiada de 1992 en Barcelona, y que tiene, además de la conveniente experiencia, el trabajo de las infraestructuras deportivas en estado bastante avanzado para poder acoger dicho proyecto, algo que no llegó a mostrarse en el caso de Estambul, en tanto que en el caso de Tokio la inseguridad sísmica que generó el grave problema de la central nuclear de Fukushima, que aún se encuentra latente, aunque las autoridades afirman que está controlado, pese a que de vez en cuando nos asaltan noticias que aseguran todo lo contrario, y que representaría un alto riesgo para la población nipona, como para cualquier evento de la naturaleza de una Olimpiada que congrega miles de visitantes, entre deportistas y seguidores.
Pero aun así, el COI optó por Tokio. Lo cual nos lleva a pensar, junto con la inicial descalificación española, a que ha podido influir con extremada incidencia el estado actual de la economía mundial, en que España sufre una difícil crisis económica (al decir de muchos, la más dura tras la Guerra Civil del pasado siglo), de la que aún no se ha recuperado, que ha generado casi 6 millones de parados, que la hacen una apuesta actualmente no segura para el encargo de organizar un evento de esta magnitud, hecho que junto al de los habituales casos de corrupción, transmiten una imagen de inestabilidad y escasa fiabilidad. ¡Tal parece ser nuestro presente…!. Que de no cambiar, augura un complejo futuro.
Sin embargo, la opción japonesa es más segura por la solidez económica de su país –que atravesó una difícil coyuntura económica, que prácticamente han superado-, pues representa uno de los países industriales más fuertes del mundo, su alta tecnología es un hecho, y su cohesión social es innegable. En consecuencia, en su esencia, tienen presente y futuro como país.
Más allá de todo ello, los españoles deberíamos reflexionar sobre lo ocurrido, con realismo y desapasionamiento, ya que refleja la forma en que nos ven fuera de España, y no parece que representemos actualmente una imagen solvente como país (con una dura crisis económica de la que aún no hemos salido, con una cohesión interna territorialmente controvertida –tal son los nacionalismos catalán, vasco y gallego-, con numerosos casos de corrupción, que afectan a todas las instituciones del Estado, incluyendo los principales partidos políticos y los principales sindicatos). Algo que no se ha logrado, si quiera disimular con el constructo diseñado para vender la “marca España” en el exterior, que visto lo visto, se podría ahorrar el gasto que comporta, pues la marca se vende sola cuando es transparente, y se muestra interesante para el que la ve, porque tiene cosas interesantes que ofrecer (que España las tiene, con el invento de lo de la marca o sin él).
Y por otra parte, no caigamos en la trampa tejida arteramente de que las Olimpiadas iban a ser la panacea de la recuperación del país. En absoluto, la recuperación del país pasará por la recomposición de un tejido productivo de más solidez que el que había, de una mano de obra bien formada y versátil, todo lo cual requiere más que espectáculos transitorios auténticas empresas productivas y estables que den empleo a los españoles, que en número millonario demandan ese empleo que han perdido o no han tenido nunca. ¡Auténtico drama nacional!. Algo que ha de ser el principal objetivo político y nacional, por tanto que no nos distraigan en sueños que enajenen nuestras necesidades vitales como ciudadanía madura en una democracia que aún debe de perfeccionar su desarrollo participativo.
Pues como dicen comúnmente, antes del postre hay que comer, así pues lo primero es la necesaria recuperación económica –que aún se resiste a aparecer, digan lo que digan los que quieren autofestejarse y justificarse-, y eso pasa por la recuperación del empleo perdido, pues resultaría infame e inmoral que nos entregáramos, como se ha hecho, a preparar un espectáculo de un mes, que en el mejor de los casos generaría unos setenta mil empleos transitorios, y nos olvidáramos de la necesaria y urgente regeneración del tejido económico perdido con su correspondiente empleo. Una sociedad moral, social, y políticamente sana no puede contentarse con asumir la exclusión del mercado de trabajo –y en consecuencia de una vida digna- de la cuarta o quinta parte de la población en disposición de trabajar. ¡No tendría futuro….!. Y ese es el auténtico horizonte en el que hay que conseguir logros, no en espectáculos transitorios para deleite de burgueses bien servidos.

Por consiguiente, parece oportuno, ante este cuarto rechazo del COI, que no se vuelva a intentar en sucesivas décadas, hasta no hayamos logrado como país realmente los objetivos deseables en su conjunto de trabajo, justicia, paz, cohesión y bienestar social.

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