sábado, 22 de septiembre de 2012

LA MISIVA REAL TRAS LA DIADA INDEPENDENTISTA CATALANA



Tras la numerosa y clamorosa diada secesionista, minusvalorada por el Gobierno de España, el silencio real se rompió tímida y disimuladamente, en la publicación de una carta del Rey con ocasión de la remodelación de la web de la Zarzuela.
La carta real dirigida al orbe, a quien le quiera escuchar, o como se diría en otros ámbitos, a los hombres de buena voluntad, ha venido a señalar y enfatizar la necesidad de volver a encontrar el objetivo común, evitando las perniciosas disensiones y la desunión entre los españoles. Algo, que por lo demás suele ser el discurso obligado al tiempo que habitual del Rey.
La cuestión es si el Rey con ello está ejerciendo la labor de arbitraje y de Institución de unión entre los españoles, o si más bien, está dando un consejo de mínimos, que es lo menos que se podía decir después de la jornada independentista catalana, con sus previos y subsiguientes días, en que las propias instituciones autonómicas están postulándose por el camino independentista. Algo sumamente grave, por cuanto supone un paso cualitativo en el desencuentro político y social entre territorios del Estado, ya que hasta ahora el discurso político centrífugo era propio de los partidos nacionalistas, pero no había llegado a trascender con tal grado de claridad a las propias instituciones públicas autonómicas de Cataluña, en que el Presidente de la Generalidad, Artur Mas, ha cogido las riendas del movimiento independentista, que recuerdan al triste episodio de Maciá proclamando la independencia catalana desde el balcón de la Generalidad en plena Guerra Civil.
Por consiguiente se hacía necesaria una respuesta clara y contundente desde las instituciones del Estado para sofocar la chispa independentista que de nuevo ha vuelto a prender, como entonces aprovechando un momento de crisis del Estado –entonces de guerra civil, actualmente de crisis económica y política-.
Sin embargo, no podemos verificar que la esperada respuesta se haya dado con la contundencia que requieren los acontecimientos, ya que ni el presidente Rajoy –ninguneando el hecho-, ni el propio Rey con su epístola digital han marcado el campo con líneas infranqueables, sino que de forma suave, diplomática digna de mejor empeño, han hecho referencia a la improcedencia de tal pretensión secesionista. Algo que se nos antoja flojo en las formas y escaso en los contenidos.
Aún así, o quizá por eso mismo, los grupos separatistas se han crecido, no se dan por aludidos, en unos casos, y en otros incluso critican que el Rey entre en el ámbito político, que realmente no lo ha hecho, ya que se ha limitado a llamar a la reflexión para la unidad, lo cual entra dentro del papel Constitucional que tiene asignado como garante de la unidad de España y árbitro de la vida política española, especialmente en situaciones en que se hace necesaria la mediación entre grupos políticos enfrentados o especialmente disolventes del actual marco constitucional.
En cualquier caso, esperábamos nuevos movimientos de ficha por la parte nacionalista, y lo ha hecho con su impostura e insistencia en su demanda de pacto fiscal –auténtico ariete contra el Estado- que le ha negado Rajoy, ante lo que Mas ha vuelto a lanzar insinuaciones de perseverancia en la actitud separatista. Lo que pone la situación ante una peligrosa deriva, que a la par resulta contagiosa en otros territorios como el País Vasco, y en menor medida también en Galicia, ambas con elecciones próximas y pronósticos de triunfo de las fuerzas nacionalistas más radicalizadas –especialmente en el País Vasco-.
Consecuentemente, el Estado tiene que hacer frente a un viejo problema, cuyo aplazamiento con paliativos procedimientos autonómicos no han surtido efecto, ni para el Estado español, ni para los grupos nacionalistas nuevamente radicalizados por la independencia.  Y este problema ya requiere una drástica solución por parte del Estado, con el monarca al frente en defensa de la propia integridad territorial española, de su gobernabilidad, y de su subsistencia como Nación, que va mucho más allá de meras misivas para el que tenga oídos que oiga.

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