miércoles, 14 de agosto de 2013

EGIPTO AL BORDE DE LA GUERRA CIVIL


Las noticias que llegan del país norteafricano revelan la trágica situación por la que está pasando aquella sociedad, pues la represión oficial de las manifestaciones de los islamistas por el golpe militar que derrocó por la fuerza al presidente Mursi, da cifras de 150 muertos y cientos de heridos, en lo que puede ser un mal presagio de confrontación civil en Egipto.
Aunque esta sea la actualidad, lo cierto es que la sociedad egipcia está profundamente dividida entre un sector de población que quiere una democracia homologable con las occidentales, para intentar en libertad civil y política el anhelado progreso, y por otra parte, sectores islamistas que confían su futuro como pueblo a una especie de islamización de la vida egipcia, con lo que ello supone en la práctica de una incidencia teocrática en la forma y modos de vida egipcios, que vendrían condicionados por la puesta en vigor de la ley islámica.
Ambos sectores representan, casi por igual, a los dos grandes sectores en que se ha dividido irremisiblemente la sociedad egipcia, en lo que parece ser una auténtica fractura social de difícil composición. Junto a lo cual, hay que añadir el grupo oficialista del naserismo, que tras la independencia del país, gestó su régimen de gobierno sobre la carismática personalidad del presidente Naser, hasta su muerte, en que se configuró una suerte de elite político-económica entre  su entorno que dio lugar a los mandatos de sus seguidores hasta el último y largo periodo de Mubarak, que amparados en las fuerzas armadas se han mantenido en el poder, con serias acusaciones de corrupción, fruto de lo cual ha sido la actual situación egipcia, que presenta un país en ruina económica, con un grave problema de generalizada pobreza y desesperanza, en lo que supone un excelente “caldo de cultivo” para los “hermanos musulmanes” que se postulan como la solución a tan trágica y desesperanzada situación.
Tal es el caso, que los “hermanos musulmanes” han venido asumiendo en estos últimos años una acción de apoyo social, con generación de extensas redes clientelares entre los desheredados de esa sociedad, que le ha reportado una oportuna siembra ideológica de porte político-religioso, con los consiguientes réditos electorales que llevaron a Mursi a la presidencia del país, el cual no sólo no ha logrado mejorar la situación de su pueblo, sino que empeñado en su proceso de disimulada islamización política, sólo ha contentando a sus más fieles seguidores, en tanto generó amplios rechazos en el sector social contrario a sus postulados políticos, que veían su acción política como una involución en la débil democracia egipcia, y sobre todo por el miedo a la pérdida de derechos civiles ante el avance político de una teocracia en marcha.
En ese punto, el clamor de ese sector más prooccidental, más liberal de la sociedad egipcia fue aprovechado por los militares –que siguen considerándose como los guardianes de la normalidad constitucional y de la vida político-social de Egipto, y que vigilaban con recelo la evolución de Mursi- para dar el golpe de Estado que derrocó a Mursi y sus radicales islámicos, que tanta euforia suscitó también en las calles egipcias por parte del sector más progresista de la sociedad egipcia, y que pronto repusieron un gobierno con reconocidas personalidades como el premio Nobel de la Paz Mohamed El Baradai, que en estas circunstancias ha presentado ya su dimisión ante el Jefe del Estado interino Adli Mansur.
Junto con tales sucesos, se ha declarado el “estado de emergencia” en el país, que limita los derechos y libertades públicas, sometidas a la restauración de la normalidad en el orden público; hecho que no es ajeno a la vida egipcia, pues Mubarak mantuvo esa situación de emergencia con la excusa del terrorismo, desde 1981 hasta 2012.
Pero más allá de la crítica situación que está atravesando Egipto en el momento actual, lo cierto es que se revela que este país, no ha logrado conjugar un proyecto de desarrollo y convivencia nacional armónica y justa, dada la progresiva pauperización de la sociedad egipcia, del mantenimiento de una dictadura de facto, con una apariencia democrática débil, lo que ha generado una división social gravísima para la coexistencia pacífica del país, sobre todo por el aprovechamiento político de esa situación de injusticia y pobreza por parte del islamismo radical, cuya violenta utopía medieval está desestabilizando países enteros, aprovechando la pobreza e ignorancia de sociedades esquilmadas por dictaduras cleptocráticas que han malogrado con carácter general el proceso de independencia nacional al que accedieron tras la II Guerra Mundial, y para lo que tales sociedades no han estado del todo preparadas.

Con todo, la reacción de los “hermanos musulmanes” echándose a la calle en protesta lógica por su irregular desalojo del poder, al que accedieron democráticamente, no ha de resultar extraño, como tampoco es extraña la dura represión del ejército –que así ha tenido que “jugarse a una carta”, la del terror, el restablecimiento del orden civil por la fuerza-, pero que pone al país al límite de un enfrentamiento civil, especialmente si el ejército no acaba de controlar definitivamente la insurrección de un núcleo tan numeroso y desesperado de la población, que por vía del martirio de las víctimas, acabarán legitimando moralmente el derrocado régimen de Mursi, lo cual es un peligro por la grave desestabilización de una zona geopolítica tan inflamable como estratégica en el ámbito internacional.

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