viernes, 12 de junio de 2015

LA CORONA SE SEPARA DE LOS PROBLEMAS DE FAMILIA


En una inusual decisión, el rey Felipe VI se distancia de los problemas de familia, retirándole el ducado de Palma a su hermana la Infanta Cristina, como consecuencia del desarrollo de los acontecimientos judiciales que llevan a que esta se siente en el banquillo para ser enjuiciada por lo penal junto a su marido.
Posiblemente haya sido una de las decisiones personales más complicadas del joven monarca, y pone de manifiesto cierto grado de antinaturalidad entre la institución monárquica y la institución familiar, en relación a que de esta última en el argot popular siempre se ha dicho “(..) que con razón o sin ella, siempre se había de estar con la familia (..)”, en lo que viene a reflejar un sentimiento natural de apoyo mutuo y solidaridad, en lo que la institución familiar suele ser ejemplo inveterado. No así, la política –incluso la política institucional con mayúsculas-, en donde los intereses institucionales y aún de Estado priman sobre los sentimientos familiares, e incluso sobre lazos de sangre.
Así el grado de exigencia de irreprochabilidad, así como del ejercicio carismático del liderazgo de Estado, es evidente que prima y ha de primar sobre los intereses particulares, y aún sobre los sentimientos personales. Tal es lo que haya de tachar de inhumanidad de dicha posición. Pero al tiempo, es dicha posición inmaculada, ejemplar, la que ha de guiar la ética pública, por lo cual no se puede permitir excepciones que no estén en tal línea de ejemplaridad pública.
Sin embargo, el hecho por necesario y esperado no deja de ser sorprendente por lo extraordinario que resulta. Al tiempo que no parece que se haya gestionado bien con la debida coordinación, dadas las contradictorias noticias del entorno de la Infanta, sobre que esta había renunciado a dicho título nobiliario antes que la desposeyera su egregio hermano, que a su vez, contrastan mal con las noticias dadas por la propia Casa Real y con los mismos hechos en los que el propio Rey ha sido el que finalmente lo ha dispuesto. De forma que si hubiéramos de dar crédito a las noticias de la previa renuncia de la Infanta, acaso se hubiera evitado el acto de fuerza de la revocación real del título nobiliario, y hubiera aparentado todo como más conforme, pactado, y naturalmente de menor dureza y rigor.
Ahora más allá del hecho en sí, de lo insólito y escandaloso del caso, de su afectación o no a la institución monárquica, pese a los “cortafuegos” aplicados; no podemos por menos que recordar hoy el injusto tratamiento que se le ha estado dando en algunos medios de prensa al juez instructor (dejado en plena soledad hasta por el Fiscal del caso, que se suponía debía de acusar), el trabajo que ha tenido que realizar en solitario, en un trasiego realmente delicado para su propia credibilidad profesional, con presiones ambientales múltiples. ¡Ahora qué…!. ¿Rectificarán todos los aquellos que montaron un frente público de opinión?.

A este juez, benemérito servidor público, el Estado le debe un homenaje, una distinción, como mínimo debería de ser galardonado con las máximas distinciones de los servidores de la justicia, como cumplidor ejemplar de sus obligaciones públicas.

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