martes, 14 de abril de 2009

EN MEMORIA DE LA REPÚBLICA ESPAÑOLA


Hoy se cumple el 78 aniversario de la proclamación de la II República Española, y transcurridos setenta años del fin de la guerra civil, parece hora de hacer memoria de lo que supuso el segundo intento republicano en nuestro país.
Aún conociendo el dicho de que las guerras duran cien años, y aún no han transcurrido estos, para que se olviden los rencores y odios que todo conflicto bélico produce, y máxime si se trata de una confrontación civil, como fue la de 1936-1939. Por eso aún a riesgo de no conseguir el consenso de objetividad que se pretende, trataremos de hacer un esfuerzo de reflexión histórica de este particular e importante periodo de la historia de España.
La II República española recibe la herencia de una sociedad casi analfabeta, profundamente atrasada, con un posicionamiento público eclesiástico temeroso a las reformas republicanas, y una economía esencialmente agraria, salvo los polos industriales catalán, vasco, y algo en el entorno madrileño, pero que no dejaba de ser una sociedad básicamente rural, que tenía pendiente la reforma agraria para evitar los grandes latifundios, junto a cantidades inmensas de jornaleros en situación de mera subsistencia.
Heredó, igualmente un ejército decimonónico de tradición golpista, muy desproporcionado, y mermado tras los desastres de Cuba, Filipinas y del Norte de África. Al tiempo, que recibía un Estado en proceso de descomposición, donde todo el S.XIX fue un continuo conflicto, que llevó desde la invasión francesa, a los múltiples pronunciamientos militares, guerras carlistas (por el trono), pérdidas coloniales, y una absoluta desmoralización social, ni siquiera superada por el último intento primoriverista, que tensionó aún más los conflictos territoriales en la Península.
Por consiguiente, era un país en auténtica ebullición, que clamaba un cambio radical, y que como decía Stanley G. Payne (“El colapso de la República”) tenía pendiente una revolución social y política por hacer.
Esta herencia que recibe el régimen republicano, no pudo afrontarla en sus tiempos, entre otras cosas, porque como decía Stanley G. Payne muy pocos apostaron por la República, de entre los sectores políticos de la época, lo que llevó a que los pocos que sí apostaron por ella carecieran de suficiente autoridad para gobernar.
Así, si recorremos el arco político –en la tesis de Payne-, ni la derecha, ni la izquierda apostaban por la República. No la quería ni la extrema derecha –que veía en el modelo fascista su icono a imitar-, ni la derecha católica, tradicionalista, de natural monárquica. Pero tampoco la izquierda hizo una apuesta decidida por ella, desde el anarquismo ibérico, con sus atentados y sus tesis libertarias, a los planteamientos socialcomunistas cuyo modelo estaba en la Rusia soviética, que en aquel entonces se postulaba propagandísticamente como un modelo serio y justo de gobierno social. Pues las purgas estalinistas las conoció occidente bastante después. Y para la legión de descamisados, de trabajadores en precario, aquello era una meta de seguridad y de justicia de sus tradicionales reivindicaciones. Tampoco apostaron por la República los partidos nacionalistas catalanes y vascos, que tenían un proyecto independiente de España. Luego, ¿acaso fue suficiente que algunos políticos, de los cuales hubo notables catedráticos universitarios, y eminentes pensadores apostaran por la República en medio de un clima social violento, y turbulento con polarización de la sociedad española?. Evidentemente no lo fue, de ahí el desajuste que se fue produciendo hasta el golpe de Estado que dio paso a la tragedia española del S.XX.
Sin embargo, con el transcurso de los años, nos encontramos algunas de las fisuras que dividieron a la población española entonces, y que aún no se han resuelto consensuadamente, como lo requeriría la situación, tales son los cleavages sociales de tipo territorial (centro – periferia), pues aún está pendiente por cerrar el Estado de las Autonomías, el relativo a la laicidad del Estado (que con la Constitución se llevó a una situación de aconfesionalidad), que aún pervive de forma recurrente, especialmente cuando se tratan cuestiones que afectan a valores morales y educativos, y en parte la cuestión social sigue perviviendo aunque muy atenuada por la generación de una importante clase media, pero que puede emerger con virulencia si continúan creciendo los niveles de desempleo que actualmente se están dando como consecuencia de la crisis económica.

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